miércoles, 9 de abril de 2014

Capítulo 23.

Era la segunda vez que veía la película ¨Moulin Rouge¨ y aún seguía sin comprender a los personajes.
No entendía a los dos protagonistas; ella era una materialista que quería poder, ir a los grandes teatros y conocer mundo y él, un pobre don nadie que se había propuesto ser un famoso escritor y lo único que había conseguido había sido echar a perder su vida después de conocer a Satine, la famosa estrella del Moulin Rouge.
Ella al principio le dice que todo ese amor es una completa locura y yo la entendía, todo es tan surrealista... pero al final acaba cediendo a él; aunque claro, ella es una prostituta y no es capaz de acostarse con el hombre que la lanzaría en el estrellato solo por amor a Christian. ¿De verdad existían un amor tan puro y verdadero? Había oído hablar a mis padres cuando era pequeña, siempre había dicho que quería ser como ellos, encontrar a alguien que me quisiera tanto como se querían mis padres, pero a medida que había ido creciendo, me di cuenta de que las cosas no eran así.
Mi padre me había contado una y otra vez la historia de cómo había conocido a mi madre. No eran jóvenes ni mucho menos, mi padre tenía noventa años y mi madre veinte menos. Coincidieron en un comando de Wrach en Rusia y tras un catastrófico ataque que casi acaba con la vida de mi padre al cual tuvo que cuidar mi madre, el amor surgió.
No me explicaba el por qué Satine decide dejar a su verdadero amor, Christian por mandato del inversor del teatro, un hombre egoísta que la quiere solo para él. Ella arriesga su carrera y su vida por salvarlo a él y Christian está dispuesto a abandonar la suya por estar con ella; ¿por qué?
-¿No sería fantástico? -susurró Cinthya acercándose a mi oído.
-¿El qué?
-Sentir un amor así.
¿Lo sería? ¿Sería fantástico sentir ese amor? Era una pregunta a la que no tenía respuesta.
Era viernes, última hora y estábamos en literatura, eso significaba película. Al parecer la profesora sabía que no atenderíamos a sus explicaciones porque estaríamos pensando en el fin de semana. No es que se pudieran hacer muchas cosas en aquel sitio, pero todo era mucho mejor sin clases de por medio.
-¿En qué piensas? -volvió a susurrar.
-Es que esto es una castaña y quiero que toque ya el...
Me vi interrumpida por el timbre que indicaba el final del día lectivo. Al escucharlo sonreí y levanté el dedo índice, a lo que añadí:
-... eso, estaba esperando eso.
Estaba deseando llegar a mi habitación y seguir leyendo el diario de aquel loco enamorado. Últimamente todo giraba entorno al amor y estaba un poquito harta, aunque si tenía que hacer el esfuerzo y leer los descarríos de un hombre que vivió hacía más de un siglo para comprender lo que me estaba sucediendo lo haría.
Recogí mis libros y apuntes y salí a toda velocidad del aula; tenía algo de hambre, pero ya comería un par de galletas en mi cuarto. Estaba llegando a las escaleras, cuando una mano salida de la nada, tiró del asa de mi mochila y me atrajo hacia el dueño de dicho miembro, escondido entre dos columnas de mármol.
-¡Me cago en la leche Will! -ahogué un grito al verle recostado en una de las columnas, sonriéndome.
-¿Te asusté?
-No, para nada... -contesté con sarcasmo- estoy acostumbrada a que los tíos me cojan y me empotren contra una pared.
No había sido consciente de lo mal que sonaba aquello hasta que el chico no se dobló por la mitad partiéndose de risa a lo que yo le seguí, algo avergonzada por mi comentario.
-Vale sí, ha sonado fatal -dije entre risas.
-¿Tu crees? -sonrió, enarcando una ceja.- Bueno qué; ¿no tienes nada que decirme?
Ambos guardamos silencio, él esperando una respuesta y yo haciendo memoria, aunque no recordaba que tuviera que decirle algo. La última vez que estuve con él no es que intercambiáramos muchas palabras precisamente, en realidad estábamos más ocupados metiéndonos mano. A la vista de que no contestaba, decidió echarme un cable.
-Hoy es mi.... -me ayudó, con algo de decepción el la voz.
*Hoy es tu ¿qué?  Mierda Alex, piensa, hoy es su ¿qué?... su ¿qué?* Sinceramente, no tenía ni idea de qué día era, el concepto de tiempo lo había perdido justo el día que entré en aquella escuela. Todos eran  iguales.
-¿En serio Alex? -si seguía levantando aquellas cejas acabarían por salirsele del rostro.- Hoy es mi cumpleaños.
*¡Mierda!* Abrí los ojos de par en par, sintiéndome algo estúpida e incómoda con la conversación.
Will me había invitado a su fiesta de cumpleaños hacía dos semanas, pero con el traqueteo que había tenido se me había olvidado por completo.
-¿Felicidades? -sonreí con timidez- lo siento, se me había olvidado.
-¿Donde tendrás esa cabecita loca? -sonrió, alborotándome el pelo.
-Uf... si tú supieras. Lo siento en serio...
-No pasa nada, estás perdonada siempre y cuando vengas a la fiesta. -Su sonrisa se ensanchó entusiasmada y picarona. No tenía muchas ganas de ir a ninguna fiesta, pero no podía negarme después de haber metido la pata de aquella forma.- A las doce; junto al lago.
-De acuerdo -asentí con un suspiro.
-Te estaré esperando pelirrojilla.
Con una sonrisa, se acercó a mí y posó sus labios en mi mejilla con un dulce beso de despedida.
Esperé hasta que se hubo marchado y salí corriendo escaleras arriba, rezando porque tuviera la habitación libre y Tiffany no estuviera allí, pero como siempre, la suerte no estaba de mi lado. Lo peor de todo era que no sólo estaba ella, sino que también estaban Spencer e Isabel.
-Ya estamos todos -espetó Spencer nada más cruzar la puerta.
-¡Spencer! -la recriminó Tiffany claramente enojada.
En cualquier otro momento, situación, lugar o incluso planeta la habría agarrado de los pelos y la habría sacado a patadas de mi habitación, pero no tenía ni ganas ni ánimos para hacerlo, además, un libro me esperaba a si es que la ignoré. Deposité mis cosas cobre la cama, cogí el diario y salí de allí con un portazo.
Después de Daniela, Spencer era la persona más odiosa que me había encontrado en dieciocho años y eso que cuando se es pequeña todo el mundo que te niega jugar con su pala en la arena pasa a tu lista de enemigos íntimos.
Fui a la biblioteca, pero como era lógico, en plenos exámenes estaba atestada. Busqué algún hueco libre pero ni con toda la suerte del mundo encontraría uno. Desesperada por no saber a dónde ir, un lugar me vino a la mente. El cenador.
Con el frío que hacía fuera probablemente no habría nadie y yo lo que buscaba era un sitio tranquilo donde poder leer; ¿qué lugar mejor que ese?
En efecto, hacía demasiado frío en el exterior. El cielo estaba encapotado por un manto gris oscuro, que no tenía muy buena pinta  y el viento soplaba con fuerza. Uno de los puntos positivos que tenía poseer el don del fuego era que podía aumentar o disminuir mi temperatura corporal y no sabéis lo que lo agradecí en aquel momento.
Como sospeché, no había nadie y el cenador estaba completa y exclusivamente disponible para mí, por lo que me olvidé del frío, del viento, incluso de la insulsa de Spencer y me concentré en la lectura.
¨Llevaba dos días sin saber de ella. Ya sé que puede parecer una locura, pero mi alma, mi cuero, todo mi ser ansiaba verla. Era una agonía pesarosa la que me incitaba a ir a buscarla, pero no, no podía, se lo había prometido a ella.
La veía en mis sueños más profundos y al despertar sentía como si me faltara algo. Volvía a cerrar los ojos, pero ya no estaba, había desaparecido. 
Justo cuando estaba al borde de la desesperación y caer en la tentación de salir a buscarla, llamaron a la puerta, cuando la abrí, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Era ella, era Irina.
-Aquí estoy, como os prometí.
-Pensé que ya no vendría.
-¿Acaso lo dudaba?
Su sonrisa eran perlas de color blanco radiante. Era tan hermosa...
Desde ese día le hice prometerme que vendría a verme todos y cada uno de los días de la semana. Dudaba que pudiera vivir si no la viera, aunque fuera un segundo al día.
-No puedo Marx, es peligroso.
-¿Peligroso? ¿Por qué?
-No lo entendería; no podemos estar juntos, no podemos seguir viéndonos, es demasiado arriesgado. He sido una egoísta al dejarme vencer por el amor y la lujuria. 
-No me diga eso Irina, sus palabras me hieren como un hierro candente. ¿No se da cuenta? ¿No es consciente de que no puedo vivir sin usted?
-Es peligroso...
-¿Por qué?
-No lo entendería.
-¡Dígamelo Irina! ¡Dígamelo y le juro por Dios que haré lo posible por entender aquello de lo que usted teme!
-Hasta siempre.
El corazón se me rompió a pedazos, sentía que mi alma se iba perdiendo con cada palabra que decía. Cuando posó sus dulces labios sobre los míos, por primera y última vez, fue como un atisbo de esperanza que se esfumó en cuanto ella se hubo marchado.
No sé cuanto tiempo ha pasado desde nuestra despedida, los días se han convertido en meses y los meses en años. No como, no salgo y solo respiro porque Dios así lo quiere. 
¿Por qué todo es tan injusto? ¿¡Por qué!?¨
-Buena pregunta, querido amigo -dije a la nada- buena pregunta.
Era algo totalmente absurdo. ¿Quiénes no lo permitirían? A medida que avanzaba me daba cuenta de que aquel hombre probablemente estuviera mal de la cabeza, eso o que ciertamente la tal Irina fuera una Wrach, en ese caso entendía su posición. Ella estaba enamorada de Marx y no quería que le pasara nada.
Había cogido aquel libro pensando que podría solucionarme un poco la vida y en realidad solo me la estaba complicando más.
-Eh, Tom.
El lado bueno que tenía  el aire, era que transportaba el olor, por lo que no me pilló desprevenida. Lo había olido hacía ya un rato, probablemente me hubiera estado observando mientras leía, pero estaba tan concentrada que no le había dado importancia.
-¿Qué haces? -preguntó, sentándose a mi lado.
-¿Te acuerdas de ese libro del que te hablé? -lo levanté y lo agité en alto para que lo viera- pues eso hago.
Me lo quitó de las manos de un tirón y empezó a pasar las páginas tan rápido que me extrañó que no se quebrara ninguna.
-¿Y qué? ¿Cómo va la cosa? Esto parece viejísimo.
-Y lo es -suspiré, volviendo a cogerlo.- Es todo tan... raro. Creo que no hay nada coherente en este libro y que el tipo que lo escribió estaba mal de la cabeza; aunque hay veces que dice cosas que... no sé.
-¿Cosas que no sabes? -se rió.
-Sí, me da la sensación de que él no sabe que ella es un vampiro.
-¿Ella? -me miró con clara expresión de duda.- Oye, si no me lo explicas desde un principio, no podré seguirte, Alex.
-Tienes razón -asentí.- Sí, ella. A ver, el libro se supone que tendría que hablar del mundo sobrenatural, pero en realidad es como una especie de diario. Lo escribe un tío y cuenta una historia de amor que vivió.
-Ah. ¿Y por qué piensas que ella es una de nosotros?
-Por esto.:- pasé las páginas con cuidado, buscando una en concreto - ¨Justo entonces, cuando la criatura se dispuso a acabar con mi vida y adentrar sus colmillos en mi ser, una fuerza transparente se lo impidió.¨ -cité en una voz no muy alta, lo justo para que Tom pudiera oírme.
-¿Y?
-Espera, que sigue: ¨Una luz cegadora abrasó mis ojos justo antes de que quedara inconsciente.¨
-¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
-¿Y si ella era como yo? -le di voz a sus pensamientos.- Él dice que una luz cegadora le abrasó los ojos; ¿y si su poder era el fuego? También dice que una fuerza transparente impidió que el vampiro le mordiera.
-Quizás es pura casualidad, Alex -posó su mano en mi hombro, en señal de apoyo. Sabía lo mucho que me cabreaba que me llevaran la contraria.
-¿Casualidad? ¿Seguro? Quizás simplemente estamos en lo cierto y es un truco más del poder del fuego.
-Quizás -me sonrió encogiéndose de hombros- solo puedes averiguarlo si sigues leyendo.
-Lo sé.
Tom tenía razón, puede que solo fuera una casualidad, pero yo no creía en ellas; si algo pasaba era por alguna razón. Estaba de acuerdo en que fuera mucha coincidencia que la chica de la que hablaba el libro tuviera el don del fuego y a la vez pudiera crear campos de fuerza; aunque todo eso lo había deducido yo. Tal vez solo fuera una bruja y por eso dijera que no podía estar con él. Si  algo me había quedado claro era de la fe ciega que tenía el escritor y en aquella época si eras bruja te quemaban en la hoguera. Quizás ella no quería arriesgarse a eso.
Tenía demasiadas suposiciones, pero nada concreto.



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