martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 29.

Los rayos del Rol entraban a raudales por la ventana y me daban directamente en los ojos, por lo que los tuve que ir abriendo poco a poco debido a las molestias. Después de dormir toda la noche de un tirón, podría decirse que me encontraba como nueva.
Estaba en un compartimento del hospital. Al igual que en el anterior, todo era blanco y olía a alcohol y a metal; el típico olor de hospital.
Carter había insistido en que debería ir a que me echaran un vistazo argumentando que no tenía muy buena cara. Yo le había insistido en que no era necesario, que me encontraba bien; pero claro, lo que él no sabía era que yo tenía un proceso de curación muy distinto al suyo. Los Wrach tardábamos algo más en curar que un Marwolaeth, pero mucho más rápido que el de un mundano.
Como sabía que no daría su brazo a torcer, tuve que acceder a que me llevara a la enfermería. En su defensa he de decir que probablemente tendría peor pinta desde fuera de la que en verdad me sentía.
Él necesitó un par de curas en una profunda herida que tenía en una de las mejillas, pero no había sido necesario mantenerlo en reposo, por lo que me encontraba sola en aquella habitación. Ya era la segunda vez que pasaba por la enfermería, no me causaba ningún problema y mucho menos si perdía clase, pero no era algo que me agradase mucho.
Una vez que me sentía con fuerzas y capacitada para incorporarme del todo, me apoyé sobre la almohada y vi que en la mesita auxiliar, había una bandeja con un vaso de zumo, otro de leche y un cuenco de cereales hasta la mitad.
-Supongo que este es tu desayuno -me dije a mí misma, frotándome la tripa.
No había probado bocado desde el almuerzo del día anterior, por lo que ese minúsculo desayuno no me iba a servir de mucho, solo para calmar el ansia. Deseé que en vez de leche me hubieran puesto café. Tenía muchas ganas de beber sangre y la cafeína mantenía a ralla el impulso, al menos durante un tiempo.
-Ey... ¿cómo estás?
No me esperaba que entrase nadie a aquellas horas dado que era horario lectivo, por lo que estuve a punto de atragantarme con una cucharada de cereales cuando  Will entró por la puerta.
Todo aquello me recordó mucho a la vez anterior que estuve en la enfermería, cuando Cyn apareció para verme y después resultó que ella no había ido aún. Yo seguía pensando que sí, que era ella. La había abrazado y sentido, pero después de la cantidad de cosas que habían pasado, como la muerte de Mía o el ataque de las abejas, no me extrañaría que de verdad me lo imaginase. Era eso o pensar que me había vuelto loca y la segunda opción me daba un poro de repelús. Por eso desconfié al principio con Will y me tomé mi tiempo en contestar.
-¿Qué aspecto tengo? -Le pregunté, haciéndole un gesto para que terminara de entrar en el compartimento.
-Estás estupenda, como siempre. -Sonrió, sentándose a mi lado.- He visto que no has ido a clase y tu amiga Cintya me ha contado que estabas aquí, a si es que he decidido hacerte la estancia algo más amena.
-Vaya, qué considerado por tu parte. -Respondí, sonriendo mientras terminaba mi vaso de zumo.- Ya lo sabe todo el mundo ¿verdad?
-Si con que lo saben te refieres a que ¨has tenido un accidente¨ sí, lo sabe todo el mundo.- *¿Un accidente? ¡Pero si fue un ataque!* Mi cara se desencajó al escuchar aquellas palabras y al notarlo, el prosiguió.- Ya sabes como son aquí, quieren que todo el mundo mantenga la calma a si es que... todo pasará desapercibido.
-¿De verdad que han dicho que he tenido un accidente? -No me lo podía creer. Osea, yo me enfrentaba a un vampiro y lo mataba y en vez de felicitarme por mi hazaña, lo que harían sería llamarme torpe. Muy lógico todo.- Yo lo flipo cada día más.
-En realidad creo que los únicos que lo saben somos la directora, el entrenador y guardián Rojas, Tffany, tu y yo y bueno... yo me he enterado porque me lo ha dicho Cinthya. Que por cierto... -dejó la frase a medias para inclinarse sobre mí y darme un abrazo fuerte, aunque sin pasarse- me ha dicho que te diera esto.
Sonreí a la nada al notar su contacto. *Típico de Cyn* pensé. Se preocupaba demasiado por mí, aunque no podía culparla, yo estaba metida en líos cada dos por tres y eso me recordó que no la había vuelto a ver desde la pelea con Spencer y ahora enterarse de esto seguro que no la ayudaba nada.
-Por cierto, yo no debería estar dándote un abrazo -se separó de mí, mirándome con diversión y una sonrisa daleada.
-¿A no? ¿Y qué quieres hacerme? Recuerda que estoy de reposo -apunté con una carcajada recordando la noche de su cumpleaños.
En su cumpleaños se podría decir que ambos estábamos algo subiditos de tono y eso nos llevó a hacer ciertas cosas delas cuales no me arrepentía... aunque no llegamos al final. Al recordar aquello me encendí y noté mis mejillas ardientes por la vergüenza. Agaché la cabeza para intentar ocultarlas con mi pelo, pero de nada sirvió.
-¿Estás pensando en... -no acabó de formular aquella pregunta. La respuesta era algo obvia.- Mira Alex, yo he estado pensando en eso y si te digo la verdad, no me arrepiento de lo que pasó, pero dado que no hemos podido hablar desde entonces... no sé lo que piensas tú.
-Sí, yo también he estado pensando en ello...
Will era un chico guapo, carismático, algo pagado de sí mismo y se creía que era el tío más bueno del instituto, pero a pesar de eso me había demostrado que era muy buena persona. Quizás si se  tratarse de otro momento, lugar, siglo o yo no fuera tan yo, cabría la posibilidad de darle una oportunidad. Me gustaba físicamente y como persona, pero no podría llegar a nada más allá de lo que habíamos tenido; un calentón de una noche; a demás, no podría estar con él mientras quería a otro de quien a pesar de mis esfuerzos por sacarlo de mi cabeza, se había asentado en ella y se negaba a salir.
Otro inconveniente era el hecho de que no se nos estaba permitido salir con humanos. Cyn tenía alguna que otra escapada con Diú, el mejor amigo de Will, pero ella misma me había asegurado de que se trataba de solo sexo y de que sólo lo sabía yo. De enterarse cualquier otra persona, como Daniela, a Cyn le caería una buena de los superiores.
-Mira, te voy a ser sincero. Me gustas ¿vale? me gustas mucho. Ya sé que no nos conocemos mucho, pero siento que en pocas semanas has llegado a calarme y bastante hondo y lo que me lo ha demostrado ha sido la situación del otro día y de la primera vez que te besé... -me miraba muy serio, apartando cada dos por tres sus ojos de los míos debido a la vergüenza. Como si de un impulso se tratase, puse mi mano sobre la suya para darle apoyo y animarse a seguir.- Ninguna de las dos veces llegamos a algo más que no fueran besos y no me importó que me hicieras parar. De haber sido otra chica, me habría enfadado pero sin embargo contigo... Me gustaría que fuéramos algo más que amigos.
-Will -susurré.
¿Cómo podía decirle que no? ¿Cómo podía decirle que lo nuestro no podía ser? Me estaba partiendo el alma verlo sincerándose conmigo, abriéndose ante mí mientras que yo sabía que nada de lo que él quería podía ser.
-Will, yo... -la voz se me quebró. Me dolía lo que estaba apunto de decirle, pero más me dolería utilizarlo.- Will, yo no puedo.
De pronto el brillo que tenían sus ojos desapareció, como si se hubiera roto por dentro. Estaba dolido, pero era lo mejor tanto para él como para mí. Sí él supiera o se enterase de lo que yo era, querría tenerme cuanto más lejos mejor.
-Hay otro ¿verdad? -Pegué un respingo ante aquella pregunta. Decirle que sí sería la solución fácil, pero no se lo merecía.
-No Will, no hay otro pero... es difícil. Tú eres de aquí, yo de Europa... no pretendo tener nada con nadie porque luego sería doloroso tanto para la otra persona como para mí. Sé que puede sonar a excusa, pero de verdad que no hay otro.
-Entonces no dejaré de intentarlo -me sonrió con tristeza.
¿Cómo era posible que yo le estuviera diciendo que no y él a la vez no perdiera la esperanza? Aquel chico era una caja de sorpresas. Me asustó un poco aquella frase, pero yo sabía que no podía ser y me mantendría en mi postura.
-¿Eso es una amenaza? -Me reí.
-No, eso es un: sólo te besaré cuando tú me lo pidas.
Era triste saber que nunca se lo pediría y él estaría esperando a que lo hiciera. Pero así de complicada era mi vida. Mientras que los adolescentes normales iban a fiestas, a la universidad y se daban el lote con todo tipo de personas, yo entrenaba y luchaba para que ellos pudieran hacerlo. A veces la vida era un poco injusta a la hora de repartir las tareas.
-Lo tendré en cuenta -le sonreí, apretándole la mano.- Bueno, me has dicho que no deberías estar abrazándome sino haciendo otra cosa. ¿Qué cosa?
-¡Ah! Ya casi se me había olvidado. -Dijo entre carcajadas mientras se daba con la palma de la mano en la frente.- Debería estar echándote la bronca por el puñetazo que le has dado a mi ¨hermana¨.
-Ups... je je.
-Menudo gancho. No lo vi en persona, pero ya sabes...
-Muchos vídeos circulando ¿no?
-Ajá.
Estuvimos hablando un par de minutos más hasta que se fue de nuevo a clase  quedándome  aburrida otra vez, deseando de que el médico viniera a verme y marcharme a mi propio cuarto a seguir leyendo la historia de Irina y Marx.
Recordé que me había llevado el libro al bosque para leer tras la discusión con la directora y supuse que estaría en la mesita auxiliar, junto a mi cama; pero no era así; entonces me acordé de que no lo había cogido tras la pelea, sino que lo había dejado en el árbol.
-La madre que me parió -me reproché.
Había perdido la única oportunidad que tenía para saber qué era lo que estaba pasando y en un hipotético caso, aprender a controlar mi nuevo don.
Estuve toda la mañana maldiciendo en voz baja y otras veces no tan baja. Incluso cuando vino el médico a verme y me dijo que podía marcharme y que tuviera más cuidado con las escaleras se sorprendió que me cagara en todo lo posible.
-Si quieres puedes quedarte un día más -dijo sorprendido y divertido a la vez- visto que te disgustas de que te de el alta.
-No, no, quédese tranquilo -respondí mientras me acordonaba las botas- no hace falta.
Salí pitando de la enfermería, esta vez algo más segura ya que conocía el camino. No estaba dentro del castillo,  por lo que tuve que atravesar todo el campus para poder llegar hasta él. A pesar del sol tan radiante que había en lo alto del cielo, hacía frío. Me abracé el cuerpo, intentando elevar la temperatura, pero estaba débil para hacerlo a si es que tuve que aguantarme.
Como sospeché, Cyn estaba en mi habitación haciendo los deberes. Sólo iba a la suya a cambiarse de ropa y poco más y yo le había ofrecido que se quedara a dormir con Tiffany y conmigo. Se alegró al verme y me abrazó con todas sus fuerzas, pero aún algo nerviosa, la saqué de allí prácticamente a rastras.
-¿Cómo que lo has perdido?
-No lo he perdido, bueno sí, bueno no... -no sabía muy bien cómo definir lo que había pasado- lo dejé allí y no me acordé de cogerlo.
-Lo has perdido. -Sentenció ofuscada.- ¿A dónde hay que ir?
-Al claro, donde Mía...-Ni siquiera me dio tiempo a acabar la frase, ella ya se había parado y estaba tirando de mí para que hiciera lo mismo.
-No puedo ir allí.
-¿Qué? Pero Cyn, necesito que me ayudes -medio grité desesperada.
-¿No lo entiendes Alex? No es que no quiera, sino que no puedo -musitó dolida.
*¡Serás tonta, Alex! él día que pienses antes de actuar, entonces ese día me demostrarás que puedes usar la cabeza por ti sola*. De no haber estado ella allí, me habría pegado un buen mamporro a mí misma. Qué estúpida. La estaba obligando a ir al sitio donde su amiga y su compañera de cuarto se había autoclavado una estaca en el corazón.
-Lo siento. No pensé que... joder, lo siento, lo siento, lo siento.
-Ya me he dado cuenta. -Sonrió, aunque no con su sonrisa habitual, sino con una macabra y llena de tristeza producida por mis palabras.- La que lo siente soy yo, aún no estoy preparada para... ya sabes. Si quieres voy a buscar a Tom y que te ayude él.
-No -negué con la cabeza- da igual, iré yo. Espero que esté allí. Por cierto, aún te queda algo de... ya sabes -hice un gesto con el pulgar, inclinando la cabeza hacia atrás como si estuviera bebiendo.
-Sí, aún me queda, luego te doy.
-Gracias amiga -la abracé con fuerza y me marché a toda velocidad.
Después de comprobar que la seguridad de aquel lugar era pésima, me daba algo de canguelo adentrarme sola en el bosque. No es que no pudiera freír a alguien con tan solo mirarlo, literalmente, pero asustaba.
Como sospeché, el libro no estaba allí, aunque de regreso a la academia, disgustada y cabreada por mi torpeza, me topé con algo mejor. Daniela y Yum Pardo, la otra chica que había venido con nosotros. Era muy poquita cosa, incluso más que Daniela. Era morena y con el pelo por los hombros; algo que le hacía contraste con su pálida piel. Estaban discutiendo sobre algo, pero cuando llegué la conversación ya estaba empezada, aunque eso no quitaría que me escondiera entre los matorrales a escuchar.
-¡NO VUELVAS A DECIR ESO! -gritó Daniela encolerizada -Nunca ¿me oyes?
-Pero es que me siento mal, me siento culpable, no sé si puedo seguir con esto.
-Claro que puedes Yum, claro que puedes.
-No, no lo sé -negó la chica con la cabeza. Desde donde yo estaba no las veía muy bien, pero incluso desde esa distancia pude observar lo nerviosa que estaba.- No pensé que fuera a pasar esto.
¿De qué estaban hablando? A deducir por la situación era algo bastante serio, pero no conseguía encontrar el hilo de aquella conversación por lo que no podía saber de qué hablaban.
-No he pasado años trabajando y planeando esto para que ahora tú lo eches a perder ¿me oyes?
Daniela se acercó con un tono amenazante a Yum y la agarró del cuello, levantándola varios centímetros del suelo.  Pegué un respingo y tuve que taparme la boca con ambas manos reprimiendo el impulso de gritarle que la dejara en paz.
-S-sí -intentó decir Yum, con la mano de Daniela apretando su garganta.
-Bien, espero que siga siendo así.
A una velocidad vertiginosa, la dejó caer como si de un trozo de papel se tratase y se marchó, dejándonos a una Yum llorosa y atemorizada y a mí, acongojada por lo que acababa de presenciar.
Yum no es que me cayera muy bien; nuestra relación no era buena debido a que ella era el brazo derecho de Daniela y siempre hacía lo que ella le pedía, entre esas cosas, odiarme. Pero eso no quitaba que no estuviera preocupada por ella al verla sentada en el suelo con la cara tapada y sollozando. Por un lado quería ir a consolarla, pero por otro sabía que si lo hacía se daría cuenta de que había escuchado todo y eso solo me traería problemas a mí; más de los que ya tenía.
Aquella charla había despertado mi curiosidad, ¿qué sería aquello de lo que Yum se sentía culpable y Daniela llevaba tantos años planeando? Viniendo de Daniela no me esperaba nada bueno y mucho menos después de ver la ferocidad con la que había tratado a Yum. Estaba segura de que no se trataría de algo agradable.
Esperé ahí agazapada hasta que la chica se hubo marchado y conté hasta cien para dejar un buen tramo de por medio. Seguía muy cabreada por haber perdido el libro y no solo eso, sino que no se trataba de un libro mío, sino de la biblioteca de la academia y me jugaba el cuello a que perder un libro solo me traería otro problema.
-¿Lo has encontrado? -me preguntó Cyn nada más entrar en la habitación.
-No, no estaba allí -suspiré, dejándome caer en la cama con los brazos abiertos.
-¿Estás segura de que lo llevaste?
-Hombre, pues estuve leyendo antes del ataque, pero no, quizás solo fue otra alucinación -solté con brusquedad, siendo consciente de ello al ver la mueca de dolor en la cara de Cyn al pronunciar la palabra ¨alucinación¨.
Era un tema que no teníamos demasiado superado. Ella juraba y perjuraba que los ojos de Mía estaban igual que los míos el día que me atacaron las abejas. Yo no me los había visto dado que estaba ocupada espantando insectos imaginarios, por lo que tenía que creerla.
-Lo siento, soy una bruta -me disculpé.
-Sí, sí que lo eres, pero siempre lo has sido -se encogió de hombros- ya me he acostumbrado.
-Touché. -Me levanté de la cama a toda velocidad y me puse de rodillas junto a ella, con las palmas de las manos unidas.-Por favor, te imploro y suplico que me des sangre.
-Ums... solo si cantas ¨La Macarena¨mientras bailas la polca a la pata coja, sujetando unos platillos con la punta de la nariz y haces malabares.
-¿Cyn? -la miré con incredulidad después de todo lo que acababa de decir.
-¿Qué? Me aburro mucho últimamente. -Se encogió de hombros mientras ambas nos echábamos a reír.- En mi bolsa, en tu armario hay una botella, cógela.
Debía de reconocer que últimamente recurría demasiado a Cinthya. No me gustaba salir de caza y aunque la sangre embotellada de varios días no sabía como la fresca, era mucho mejor que sentir el corazoncito de un pobre pájaro que no tenía culpa alguna de que estuviera en el sitio y lugar equivocados y de que yo tuviera hambre.
Eché un poco de sangre en un vaso de plástico y volví a sentarme en la cama mientras intentaba controlar la reacción de mis colmillos. No solían desenfundarse cuando tomaba sangre, a no ser que tuviera que hacerlo directamente de la vena, pero tenía tanta hambre que ellos mismos se tomaron la libertad de salir a la luz.
-Dios... esto sí que es vida -suspiré, dándole otro trago.
-Eres un poco rara, prefieres la embotellada a la fresca...
-No, no es eso, sabes lo que me pasa...
Dejé la frase inacabada al escuchar que la puerta se abría. Cyn y yo estábamos en la habitación y la única persona que tenía otra llave era Tiffany.
En una exhalación,  nos levantamos de nuestro sitio para esconder o intentar tapar la botella con la sangre, con tan mala suerte que al chocar con el hombro de mi amiga, el vaso que sujetaba entre mis manos se precipitó contra el suelo.
No había tiempo, si Tiffany nos descubría. Estábamos perdidas.










sábado, 26 de abril de 2014

Mi pequeño mundo de reflexiones.

Si dos personas se quieren ¿por qué no pueden estar juntas? ¿solo porque una estúpida ley lo prohíbe? No todos somos iguales, no todos queremos de la misma forma, no a todos nos gustan las mismas cosas o el mismo género y solo por eso ¿hay que discriminar?
No es justo que porque no te guste lo mismo que a los demás te etiqueten con cosas como #gay, #lesbiana, #gordo, #raro, #delgado, #emo, #cani, #hipster, #empollón, #travesti...Que te llamen cosas despectivas solo porque odias lo que a los demás les gusta. Hay MILES de personas que se sienten solas, miles de personas con problemas por gente hipócrita que las ¨insulta¨. 
La palabra ¨insultar¨es algo relativo, para mí no existe ¿queréis saber por qué? porque como con todo, el ser humano inventa cosas solo para dar nombre a sus estúpidos errores.
Hay leyes que están bien, otras que están mal, unas que nos gustan, otras que no, pero luego están las que simplemente carecen de sentido. ¿Por qué dos personas del mismo sexo no se pueden casar? ¿Solo porque en un libro pone que eso no está bien? ¿Solo porque unos pocos piensan que eso es obsceno? ¿Solo porque son del mismo sexo y eso se considera ¨antinatural¨?  Quizás esas dos personas se quieran incluso más que una pareja compuesta por un chico y una chica y simplemente no puedan estar juntos porque en muchos lugares está prohibido y penado con la cárcel e incluso con la muerte. ¿Qué pasa si una pareja está formada por un chico de diecisiete años y por una mujer de treinta? ¿Qué pasa si la pareja está formada por una alumna y un profesor? ¿Qué pasa si dos hermanos se gustan y se quieren de forma distinta que una pareja de hermanos ¨normales¨? Si se quieren QUÉ IMPORTA QUE ESTÉN JUNTOS no hacen daño a nadie.
Sé que much@s pensaréis que me falta un erbol al leer esto, que pensaréis que soy una rebelde sin causa que se pone en contra de las ¨leyes¨o simplemente que estoy tarumba; pues bien, sí, la gente me suele decir que me falta algo en la cabeza solo porque hago cosas que ellos no hacen. Soy la típica chica que no compra en tiendas porque no me gusta llevar marcas ya que pienso que estoy promocionando algo. Soy la típica chica que primero pienso mal de alguien que acabo de conocer y luego estoy tirada por los suelos riéndome con ella,. Soy la típica chica que va con la música a toda leche en los cascos y voy marcándome pasos de baile por la calle. Soy la típica chica que tiene 10 amigos contados porque odio a la gente que se cree superior a los demás y esta sociedad suele ser así. Soy la típica chica que cae mal por el simple hecho de decir la verdad en vez de lo que la gente quiere oír. 
A toda esa gente a la que no le guste lo que acabo de decir, que piense que todo lo que he escrito es obsceno, depravado, sin sentido, que no merece ni ser publicado en una entrada... etc, etc, etc, ¿sabéis lo que os digo? Que buen viaje hasta la ciudad de la mierda, soy así :)

viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo 28.

¨Por fin tengo respuestas, por fin sé la verdad; pero tengo miedo de que huya de nuevo y de que me abandone. Irina asegura que no podemos estar juntos, pero después de todo lo que sé, eso ya no importa.
Me ha contado por qué sostenía a aquel hombre de aquella manera en el callejón, cuando la encontré varios días atrás. Yo al principio no daba crédito de lo que mis oídos escuchaban.
-Marx, aquel hombre no era un humano, no era como tú o como yo. Aquel hombre era malvado -Irina seguía recostada en mi cama, recuperándose del golpe. Yo había insistido en llamar al médico, pero ella había dicho que no haría falta y que pronto entendería el por qué.
-¿Y qué era Irina? Dime... porque no entiendo nada.
-¿Es que no entiendes que cuanto más sepas, más peligroso es?
-No -negué con la cabeza.- ¡Basta de excusas! ¡Basta! Quiero saber la verdad o sino... no sé qué será de mí.
Siguieron varias súlplicas por mi parte y llantos por la suya. A mí se me partía el alma al verla así, yo no quería hacerle daño; pero Dios sabía que yo necesitaba respuestas o moriría. Me negaba a perderla otra vez.
Fueron varios intentos y tuve que sacar fuerza de donde no la tenía, pero al final se apiadó de mí y confesó.
-Aquel hombre que viste se trataba de un Marwolaeth, un vampiro nocturno, un hijo de la noche... un desterrado. Son criaturas despiadadas que acechan en los callejones de las ciudades y pueblos, sedientos de sangre para así conseguir alguna victima. Es como el que te atacó a ti, Marx. Cuando te encontré en aquel callejón a punto de morir estabas siendo atacado por uno de esos.
-¿Qué? -susurré sin ser consciente de la magnitud de sus palabras-. Pero yo te vi a ti, tus dientes...
-¿Sabes? Esos cuentos que tu madre te contaba cuando eras niño para que te portaras bien... son ciertos Marx, existen los vampiros. Pero no todos son malos.
-¿¡Cómo osas!? Esas criaturas no son hijas del señor, sino del mismísimo diablo. Y tú... oh Dios sabe que me vuelves loco, Irina, mi corazón es tuyo pero...
-Calma, aún no he acabado -me sonrió dulcemente, cogiéndome de la mano. Tenía miedo de ella; ¿cómo era posible?- Como ya te he dicho, no todos son malos. Están los los buenos. Siempre hay un bando ganador. ¿Sabes por qué lo sé? Porque yo pertenezco a él.¨
-¡Lo sabía! -grité con entusiasmo dando un puñetazo al aire.
Irina podía no haber afirmado que era una Wrach, pero después de lo que le había confesado al escritor del libro, era técnicamente imposible que no lo fuera. Solo eran suposiciones mías, pero ella había dicho que pertenecía al club de los buenos y en mi vida solo había un bando con esa definición y ese era el de los Wrach.
Aún entusiasmada, dejando aun lado el tema de mi posible expulsión, comencé de nuevo a leer, aunque no me dio tiempo a llegar más allá de la primera palabra cuando un chasquido y unos pasos apresurados sonaron cerca del claro. No me había dado cuenta de lo tarde que se había hecho, posiblemente ya habría pasado el toque de queda. Asustada, me levanté rápidamente dispuesta a marcharme, cuando Carter entró en el claro con un enfado de tres pares de narices.
Al vernos mutuamente, los dos nos sobresaltamos por lo que supuse que me estaba buscando y desde hacía rato. Su boca era una fina línea dibujada en el rostro, con la mandíbula y los puños fuertemente apretados.
-¿¡Se puede saber en qué pensabas!? -soltó por fin, con el grito puesto en el cielo.
Nunca antes lo había visto tan enfadado, ni tan siquiera el día que fue a buscarme a la biblioteca porque no había acudido a su clase. Sus ojos estaban fijos en mí y de haber sabido que no era así, diría que me prendería fuego con su mirada.
-Oye mira, si vas a echarme la charlita de profesor  a alumna rebelde, puedes ahorrártela -dije con indiferencia, algo que le sentó aún peor, pues sus puños se apretaron con más fuerza, si cabía.
-¿Te piensas que esto es un juego Alex? Han estado apunto de expulsarte.
-No, claro que no pienso que es un juego, ¿sabes? Soy lo suficientemente madura como para notar la diferencia.
-¿Madura? -se rió con sarcasmo.
Aquella risa fue como un jarrón de agua fría sobre mi rostro. Estaba harta de que la gente me dijera cómo tenía que actuar o ser, que se formaran una imagen de mí que no era verdadera. Me dolió su comentario, incluso más que cuando dijo que yo era una simple alumna más. Él no era nada mío, simplemente mi profesor pero ni tan siquiera se comportaba como tal.
*Espera... ha dicho que ¿¨casi¨me expulsan? eso quiere decir que me he librado de la expulsión* Sonreí para mí en un momento de debilidad al ser consciente de lo que mi profesor había dicho, pero sin olvidarme que estaba en medio de una pelea y como él mismo me había repetido tantas veces, no podía distraerme.
-Pues sí, lo soy, al menos lo suficiente para darme cuenta del favoritismo que hay en este instituto. A mi me van a expulsar por pegar a una alumna -empleé la palabra expulsar para que quedara claro que le había ignorado, a pesar de que no había sido así, además, por mucho que no lo hicieran, habían estado a punto-, que por cierto se lo lleva buscando desde hace mucho tiempo.
-¿Te crees que los problemas se solucionan a base de golpes? -dijo entre dientes, dando un paso hacia mí.- Así solo muestras lo inmadura que eres.
-¿Lo dice alguien que caza vampiros? -Enarqué una ceja, presa de la ironía de la situación.- No, no todo se soluciona a base de golpes, pero a veces un buen guantazo a tiempo hace más que mil palabras dichas por un hombre sabio.
No hubo respuesta. Se había quedado mudo, sin nada que decir. El único atisbo de expresión que pude vislumbrar fueron sus ojos entrecerrados perforándome, cada vez desde más cerca. Volví a sonreír triunfal al ser consciente de que lo acababa de dejar sin palabras, pero sabía que aquello no duraría mucho tiempo.
-Estás en una academia donde pagan por ser protegidos, Alex -abrió los brazos de par en par, como si estuviera crucificado-. ¿qué te esperabas?
-Esto no -sentencié-, desde luego.
-¡Pues espabila! ¡No puedes hacer lo que quieras y cuando quieras! ¡DEJA DE COMPORTARTE COMO UNA CRÍA!
La fuerza con la que dijo esas palabras fueron como un huracán en mi interior que lo arrasa todo a su paso. Ahora sí que había acabado destrozándome por completo. Esta vez fui yo la que se quedó muda. Me dolió tanto que me llamara cría, que me considerase una persona inmadura de cinco años, que incluso podía sentir el dolor físico en mi pecho.
Noté cómo el estómago dio un vuelco en mi interior y mis pulmones estaban a falta de aire. Respiraba de manera entre cortada, al igual que él, pero la diferencia estaba en que Carter lo hacía por enfado mientras que yo por dolor y rabia. Apreté los puños en cada lado de mi cuerpo y me erguí con fuerza, como si así fuera capaz de alcanzar los centímetros que me faltaban para quedar cara a cara a mi profesor.
-¡TU NO ERES QUIEN PARA DECIRME LO QUE TENGO QUE HACER! -estallé por fin, soltando todo el aire acumulado en mi interior.
-Soy tu profesor -susurró con dientes apretados.
Estábamos tan cerca el uno del otro que ni tan siquiera cabría un lápiz entre ambos. No había sido consciente de que tanto él como yo nos habíamos ido acercando al otro hasta el punto de estar casi pegados. Al darme cuenta de ello, aparté la mirada de su pecho jadeante y la levanté hasta su rostro.
Sus ojos eran completamente negros y oscuros debido a la subida de adrenalina que le estaba produciendo nuestra discusión, y me estaban mirando. Por más que me decía a mí misma que debía apartar mis ojos de los suyos, era como si mi cuerpo se hubiera rebelado y fuera por independiente, tomando sus propias decisiones. Todo lo que me estaba diciendo me dolía, me dolía muchísimo, pero no podía culparlo, era lo que sentía y definitivamente ya lo había quedado claro. No sabía cómo había podido ser tan tonta de llegar a pensar que aunque fuera una minúscula parte de él, sentía lo mismo que yo. Que sentía que nada podría detenernos, pero definitivamente ya lo había dejado claro y ahora me tocaba a mí.
-Solo cuando te conviene -espeté en un susurro apenas audible.
Entonces lo noté. Vi cómo su rostro cambiaba al escuchar mis palabras. Pasó de la seriedad más absoluta a la incredulidad. Lo había roto como una niña pequeña rompe su muñeca.Pero yo estaba cansada de ese jueguecito que se traía conmigo. Tenía que sacarlo de mi cabeza, pero a la vez, al verlo así, sentí una punzada en el corazón que me decía que le había hecho daño. Tuve que reprimir los impulsos de abalanzarme a sus brazos, como días anteriores.
Sentía su dolor a través de sus ojos; me abrasaban las entrañas, no podía seguir con aquello pero a la vez me sentía culpable de todo. Era como el pez que se muerde la cola. Aunque después de aquello, todo habría acabado. Sin aguantarlo más, canteé la cara, apartándola de sus ojos oscuros y vidriosos.
Estábamos tan metidos en la situación, que ninguno de los dos fue consciente de lo que sucedió hasta que yo no salí volando por los aires soltando un grito ahogado al chocar contra un tronco.
Aturdida por el golpe, intenté centrar mi visión en lo que tenía delante, pero el impacto había sido tan fuerte que la vista la tenía algo nublada y por un momento dejé de respirar. Escuché a Carter llamarme con desesperación, pero no veía nada más allá de mis manos, apoyadas en el suelo intentando recobrar la compostura. Me costó lo mío centrarme y mantener la calma. Entonces la vi. Era la vampira con la que nos habíamos enfrentado Tom y yo hacía unas semanas. La vampira que sabía mi secreto y que en esos momentos estaba en plena batalla campal contra Carter.
Mi profesor era bueno, muy bueno. Se movía con rapidez esquivando los puñetazos y patadas que le lanzaba la vampira, pero yo dudaba de que pudiera aguantar mucho más.
*¿Es qué aquí no hay nada que avise cuando entre una criatura de la noche* Pensé para mis adentros. *Qué cosas piensas, ¿no ves que no? Ahora mueve ese culo y demuestra lo que sabes*.
Algo más calmada, me incorporé definitivamente, aunque lo hice demasiado deprisa y el mundo empezó a darme vueltas. Pero Carter me necesitaba.
Corrí hacia ella y la agarré del pelo, tirando de el hacia atrás. Soltó un grito cuando lo hice, pero eso solo podía ser algo bueno. Busqué los ojos de Carter, quien tenía un profundo arañazo en medio de la mejilla derecha.
-Lárgate de aquí, Alex. Pide ayuda.
-¿Qué? ¡No pienso dejarte aquí solo!
-Alex, ¡vete! -me agarró del brazo y tiró de mí en dirección a los árboles.
Solo estaba intentando protegerme, pero en realidad yo estaba allí para protegerlo a él. Ya me había enfrentado antes a aquella vampira y había perdido. Él estaba loco si se pensaba que podría vencerla.
Agudicé mis sentidos y me puse manos a la obra, haciendo caso omiso a las advertencias de mi profesor.
Justo a tiempo, antes de que ella impactase contra mí, me moví a toda velocidad, lanzándole una patada voladora en el estómago, pero a penas se inmutó. Aquella era dura de pelar y si no cooperábamos en equipo, estáríamos perdidos.
Yo contaba con mis poderes, pero no podía usarlos con él allí, aunque si en algún momento dado tenía que hacerlo, no dudaría ni un segundo.
-¿¡Se puede saber qué estás haciendo!? -chilló Carter, con una mezcla de cólera y nerviosismo, tras de mí.
-Intentando salvarnos el culo -contesté justo cuando esquivaba un golpe.
Al hacerlo, caí rodando al suelo y eso le proporcionó el segundo que necesitaba para tirarse sobre mí. A tiempo que me golpeaba el estómago con un puntapié.
-Volvemos a encontrarnos, zorra -siseo junto a mi oído.
Casi noté sus colmillos en mi cuelo junto con la bilis subir desde mi estómago cuando por fin, Carter reaccionó y de un tirón me la quitó de encima, no sin antes recibir varios golpes más en mi cara y pecho.
Me faltaba el aire y al ver que estábamos perdiendo, estaba al borde de perder el control. Por muy bien que estuviera preparada, en realidad nunca antes me había enfrentado a un Marwolaeth y menos a uno que claramente me superaba en fuerzas; por no contar que no podía emplear mi don.
Me incorporé sobre un costado, escupiendo sangre. Debía de tener algún órgano interno roto o una costilla clavada en mi interior. Me dolía todo el cuerpo; pero no podía dejarla escapar de nuevo.
Estaba apunto de volver a desplomarme sobre el cuelo cuando advertí que la que tenía el control era ella en vez de Carter. Lo había tirado en el suelo y la vampira se encontraba a horcajadas sobre él. Carter empujaba con todas sus fuerzas hacia arriba la estaca que la vampira tenía agarrada y que iba directa a su corazón. Ahí fue cuando me entró el pánico de verdad. Si no actuaba lo iba a perder.
Haciendo caso omiso a las nauseas y al mareo, aproveché que estaba distraída y me acerque por su espalda. De un salto me coloqué sobre ella con las manos a ambos lados de la cabeza. De un simple movimiento le había partido el cuello.
Carente de vida, calló inerte al suelo. Aquello no la mantendría inconsciente mucho tiempo pero sí el suficiente como para darle muerte de una vez. Sin pensármelo dos veces, le arranqué la estaca de las manos a mi profesor, quien me miraba atónito y se la clavé en el pecho, reduciéndola a cenizas, para después dejarme caer en el suelo boca arriba.
Sentía el pulso en mis oídos, cómo rebotaba contra las paredes de los capilares de mi cuerpo. Estaba hecha polvo, pero nada se podía comparar con la excitación que sentía en aquellos momentos por haber acabado con aquel ser.
-¿Alex? -Carter se acercó a rastras hasta mí.
Lo veía difuso, como si en vez de tener un cuerpo sólido fuera un ser incorpóreo, pero sabía que eso solo era producto de los golpes que había recibido en mi cabeza ya que escuchaba su corazón acelerado en el pecho y su respiración entrecortada. Al ver que no respondía, preocupado me agarró por los hombros y me zarandeó. Yo quería decirle que estaba bien, pero era como si no fuera dueña de mi cuerpo.
-¡Dios! ¡ALEX, CONTESTAME!
Con los ojos entrecerrados, busqué sus ojos hasta que ambos quedamos conectados por un hilo invisible y le sonreí, intentando transmitirle tranquilidad.
-¿Lo he hecho bien? -susurré, aún sonriente- Esta vez no me he distraído.
-Oh, gracias a Dios.
Con un suspiro de alivio, me atrajo hacia él, abrazándome con todas sus fuerzas hasta que ya no pudo más.
No había un premio mejor que ese.






Capítulo 27.

Cinco días después de la muerte de mi amiga, aún seguían las especulaciones de su supuesto suicidio. Había escuchado de todo, desde que si estaba loca, que tenía problemas con la bebida y las drogas, que sus padres se habían divorciado y por eso había decidido acabar con su vida hasta que su novio la había dejado por otra chica más guapa.
Cada vez que escuchaba a algún imbécil decir algo sobre ella, me hervía la sangre. De no haber sido por Cinthya o Tiffany, le habría partido la boca a más de uno. Pero la gota que colmó el vaso fue el martes por la tarde, en la biblioteca.
Tiffany, Cyn y yo nos encontrábamos en una de las mesas más alejadas, estudiando para el examen global de filosofía. Mi compañera de cuarto tuvo que dejarnos los apuntes del primer trimestre a Cyn y a mí, ya que ninguna de las dos habíamos estado.
-No entiendo a esta mujer -me quejé, soltando los apuntes sobre la mesa y recostándome en mi silla- se pasa el día hablando de su vida privada y luego nos mete estos tochos entre pecho y espalda. No es que me disguste estudiar filosofía, me gusta, pero todo tiene un límite...
Ninguna de las dos me hizo caso, solo Cyn, que me miró de reojo con una sonrisa que claramente decía ¨si estudiaras más de lo que te quejas, sacarías más nota¨.  Desde la muerte de Mía no nos habíamos separado la una de la otra, eramos un apoyo mutuo. Tiffany venía con nosotras la mayoría de las veces; aún seguía enfada con Spencer por algo que le dijo y su séquito le había hecho el vacío. Pero me alegraba de ello, Tíffany era demasiado buena como para ir con aquellas arpías de un lado para otro. Y cuando digo que Cyn y yo no nos separábamos, lo digo literalmente. Mi amiga se había trasladado a mi habitación a vivir. Iba a la suya de vez en cuando para asearse, coger la ropa y poco más. La entendía, yo tampoco habría podido dormir allí de nuevo sabiendo que mi compañera de cuarto, una amiga de la infancia, ya nunca más entraría allí. A si que hicimos un colchón improvisado en el suelo y las tres dormíamos juntas.
-¿Sabes qué es lo que no entiendo yo? -dijo una voz de pito a mi espalda. Esa voz era conocible a más de mil kilómetros a la redonda.
Con cara de pocos amigos, giré en mi asiento para poder quedar de frente a Spencer y a su séquito de barbies teñidas. Me miraba desde lo alto de unos tacones negros brillantes, algo feos y pasados de moda.
-¿Conjuntar la ropa? -sonreí con malicia.
-No, cómo es posible que alguien llegue a suicidarse.
Noté el bote de Cinthya en su asiento y la exclamación de asombro de Tiffany, pero nada fue comparado con la sensación que me recorrió todo el cuerpo. Había escuchado miles de especulaciones acerca de la muerte de Mía, pero todos bajaban el volumen  cuando alguno de nosotros pasábamos por su lado. Era irritante, sí, pero nada comparado con lo que aquella arpía se había atrevido a hacer.
De un empujón, me levanté tirando la silla a un lado y me lancé contra ella, cayendo ambas al suelo.
-¡Zorra! -grité, mientras le tiraba de las extensiones.
De un momento a otro la chica había pasado de una sonrisa de suficiencia a estar pataleando debajo de mí mientras pedía auxilio. Me sentía orgullosa de haber conseguido que se tragara sus palabras, aunque luego vendría una castigo.
-¡Alex! -Cinthya me agarró por la cintura y tiró de mí hacia atrás, hasta que quedé de pie a su lado, con la respiración entre cortada.
Me dolía una zona bajo el labio inferior, donde Spencer me había clavado sus uñas de arpía, pero nada podía compararse a la satisfacción que sentía.
-¡Eres una bruta! -chilló Spencer medio llorando, mientras se alisaba el pelo.
Todos los alumnos que estaban en la biblioteca, se habían levantado de sus asientos y habían hecho un corro entorno a nosotras. Algunos miraban felices al contemplar una pelea de chicas mientras que otros vociferaban o se marchaban decepcionados al ver que todo había quedado en un tirón de pelos.
-¿Yo? -pregunté con ironía, señalándome a mí misma.- Y lo dice la que se atreve a venir a preguntarnos cómo nuestra amiga fue capaz de suicidarse...
-No me extraña que lo hiciera, teniendo amigas como tú.
*Yo la mato* Esta vez ni tirón de pelos ni arañazos, esta vez fui directa a donde dolía. Apreté el puño con fuerza y lo lancé a su cara. Sus amigas se quedaron atónitas con la boca en forma de O mientras que la otra caía redonda al suelo. Por suerte para ella no le había pegado con todas mis fuerzas, de haberlo hecho probablemente habría acabado con más de un hueso roto.
-¿¡Qué está pasando aquí!?
Charity, la bibliotecaria a la que había ayudado a colocar los libros una semana antes apareció exhausta junto con Carter y Andrea, la mujer que nos trajo en coche desde el hotel donde pasamos la primera noche. Los tres tuvieron que abrirse paso a empujones ya que ninguno de los estudiantes quería perderse el espectáculo que estábamos dando.
-¡Oh Dios mío! -espetó Charity al ver a Spencer en el suelo.
Yo no podía apartar mi mirada de aquella zorra, porque no tenía otro nombre. Me iba a meter en un lío, este sería mi tercer castigo incluso podrían llegar a expulsarme, pero lo que había hecho aquella chica no tenía nombre.
Cyn me agarró por la muñeca y me apretó con fuerza para transmitirme tranquilidad, pero lo único que hizo -sin ser consciente de ello- fue lo contrario. Ajena a todo, levanté la cabeza y me encontré con los ojos de Carter fijos en mí. Su expresión no es que fuera muy amistosa que dijéramos. Sus ojos estaban algo entrecerrados y tenía la mandíbula apretada, tanto que los músculos de su cuello se le marcaron por dejado de la camiseta.
-¿Se puede saber en qué estaba pensando señorita Thomsom? -Andrea dio un paso hacia mí. Era alta, mucho más que yo y su porte musculado transmitía poder y seguridad. Su pelo repeinado hacia atrás, recogido en una coleta le estiraba la piel, dándole un aspecto aún más amenazante.
-¿Yo? Fue ella la que empezó -señalé con un dedo acusatorio a Spencer, a quien se la estaba llevando la bibliotecaria a la enfermería.
-¿De verdad? -Su ceja se levantó hasta llegar casi a la raíz del pelo. Algo espeluznante.- Por que a mí me parecía que ella era la que estaba sangrando y usted, en cambio no tiene ni un rasguño.
Llevé mi mano hasta la mejilla, donde había sentido dolor tan solo hacía un segundo; pero ya no había nada. Una de las ventajas de los Wrach es que cicatrizábamos con rapidez, pero en ese momento no me sirvió de ayuda.
-¡Pero es que dice la verdad! -intervino Tiffany con total indignación.- Spencer se burló de la muerte de su amiga, la cual, he de recordar que tan solo hace unos cuatro días que pasó.
-Pero ese no es motivo para iniciar una pelea -dijo Carter con los dientes apretados.
Desde que había llegado, ninguno de los dos había parado de mirar al otro. No sé si eso era bueno o malo, pero si de algo no me cabía duda era de que estaba enfadado y mucho. El sentimiento de culpa empezó a abrirse paso hasta mi pecho; no por haber pegado a Spencer, sino por la decepción que había en la mirada de mi profesor.
-¿¡A no!? -Cyn apretó mi muñeca con más fuerza.- ¿Ella se burla de la muerte de nuestra amiga y no pasa nada?
-Cyn... -susurré para intentar calmarla, pero no sirvió de nada.
-¡ESO NO ES JUSTO!
-Tampoco lo es que su amiga le parta la nariz a una alumna. -Dijo Andrea antes de volver a dirigirse a mí.- Acompáñenos.
-¿Qué? Pero...
-Cyn, está bien.
-No, Alex, no está bien.
-¡Cyn! -agarré su cabeza entre mis manos y la obligué a mirarme a los ojos. Un Wrach no podía practicar la coerción con otro, pero era un modo de transmitirle seguridad.- Está bien ¿vale? Luego te veo.
Seguí a Andra y a Carter por los pasillos del instituto bajo la atenta mirada de todos mis compañeros. No me daba vergüenza, total, no tenía ninguna relación con ellos y me parecían todos unos hipócritas sedientos de cotilleos, pero sí que me sentía dolida al recordar la mirada de mi profesor. En ningún momento se había dirigido a mí, simplemente me había mirado y con eso ya lo había dicho todo.
Cuando llegamos al despacho de la directora, todo estaba como siempre, salvo por el hecho de que Marco se encontraba allí, repatingado en uno de los sofás junto a la ventana leyendo una novela que tenía en las manos. Lo primero que me pregunté no fue qué me pasaría, sino qué hacía él allí y por qué se comportaba de una forma tan impropia de una guardián. Me dedicó una mirada divertida por encima del libro y acto seguido desvié la vista para centrarme en la directora que ya había empezado a despotricar.
-... lo que usted ha hecho es insólito y totalmente irresponsable para alguien de su edad. Pensé que merecía una oportunidad ya que lleva poco tiempo en este instituto y viene de otro continente; lo normal para un periodo de adaptación. Pero solo en un mes ha cometido más actos contra el reglamento que alumnos que están  aquí desde que llevaban pañales.
Una vena en su frente estaba tan hinchada que temía porque explotara de un momento a otro, incluso quizás si la tocaba lo haría. 
La ira mezclada con la rabia y la impotencia apareció de golpe y porrazo. Tuve que apretar los puños dentro de los bolsillos de mi chaqueta para evitar hacer con ella lo que había hecho hacía solo unos minutos con Spencer. La chica se iba a ir de rositas por su cara bonita mientras que yo me comería todo el marrón.
-Si bueno... la gente suele decírmelo muy amenudo, no es la primera que lo hace. -Me encogí con indiferencia.
-¿Y se siente orgullosa de ello? -preguntó con una ironía palpable.
-Cada uno somos como somos.
Ante aquella frase, la directora me miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa y la vena de su frente se hinchó un poco más. Me sentía bien por haber provocado esa reacción en ella, pero eso solo empeoraría las cosas.
-Bueno y.. ¿mi castigo es?
-Es que usted no se entera ¿verdad? -dejó arrastrar las palabras para darle más énfasis a la frase. Tenía las uñas totalmente clavadas en la mesa de madera.- Esto supone una expulsión.
*¿Qué? ¿Expulsión?* Esta vez fui yo la que se quedó con los ojos como platos. El pecho me empezó a subir y a bajar con brusquedad debido al estar de nerviosismo que se había apoderado de mí. 
Cuando me lancé contra Spencer cavilé la posibilidad de que me castigaran, pero no de que me expulsaran. No podían expulsarme, si lo hacían la prueba final a la que todos los Wrach seleccionados estábamos obligados a enfrentarnos sería cancelada para mí y eso significaría que no tendría un futuro como guardiana.
-Hasta ahora la hemos intentado mantener a raya mediante castigos, pero esta es su tercera falta y ha sido una muy grave. Ha atacado a una compañera.
-Ella atacó primero -susurré cabizbaja aún con los puños apretados en los bolsillos.
-Usted no parece tener marcas -apuntó con desdén señalándome con la mano.
Claro que no tenía marcas porque ya se habían curado; ¿pero es que el simple hecho de que ella se hubiera metido con mi reciente amiga muerta, se pavoneara por el instituto como si fuera suyo y tratase a los demás como si fueran inferiores a ella, te humillara cada vez que podía... no era marca?
-Me reuniré con el claustro de profesores y debatiremos sobre qué hacer con usted, señorita Thomson -sentenció con un suspiro, masajeándose las sienes.
-¡No! -grité, poniéndome de pie y pegando un golpe en la mesa.- Que sepa que esto es totalmente injusto.
-¿Cómo dice? -preguntó en un grito ahogado con cara de horror ante mi reacción.
-Como oye. Sé que puedo ser la persona más insolente y maleducada del mundo, pero si algo sé que soy es justa y usted no lo está siendo conmigo. Para empezar, solo serían dos faltas dado que a la que usted se refiera con la primera no fue culpa mía, yo solo estaba tratando de separar a mis compañeros y recibí un golpe. La segunda solo fue una falta leve porque llegué dos míseros segundos tarde a clase y la tercera sí, puede que sea merecida pero no es motivo de expulsión. -La directora me contemplaba como si yo fuera el bicho más exótico y raro del mundo. No sabía por qué, pero podía notar la mirada de mi profesor de defensa clavada en mi nuca diciéndome  que parase de una vez, pero no lo haría. De todas formas ya se estaban planteando la expulsión; ¿qué podía perder? Cogí aire y proseguí.- Además, Spencer se burla, humilla y maltrata psicológicamente a la gente y ¿eso no es considerado falta? Porque perdone que le diga, duele más una humillación tras otra que un puñetazo en la cara, el cual se lo tenía bien merecido. Pero claro, ella tiene un trato distinto sólo porque su ¨papi¨ aporta dinero a esta escuela mientras que yo estoy aquí por beca. Eso señora -la señalé con énfasis- eso es un trato injusto.
Cuando terminé, solté todo el aire que había estado reteniendo en mis pulmones debido a la presión. Me incorporé y me dirigí hacia la puerta, pasando entre medias de Andrea y Carter, quien ni tan siquiera me miró.
Cogí el picaporte y ni siquiera esperé a que me diera permiso para irme. Me fui pegando un portazo.
Sabía que después de todo lo que había soltado por mi linda boquita, la expulsión estaba más que clara. ¿Que si tenía miedo? Mentiría si dijera que no, porque estaba acojonada, pero al menos había dicho lo que pensaba y había sido leal a mis principios.
Subí a mi cuarto lo más rápido que pude dando de lado a las miraditas que me echaba la gente cuando pasaba por su lado. Todo el mundo estaría al tanto ya de mi pelea con Spencer incluso los que no nos hubieran visto en la biblioteca, lo habrían hecho desde el móvil de algún estúpido que lo hubiera gravado.
Ni Cyn ni Tiffany estaban allí y me alegré de ello; no estaba preparada para decirles que posiblemente tendría que marcharme y dejar la academia; y mucho menos a Cyn. Ella acaba de perder una amiga y ahora perdería a otra.
Cogí el volumen de  ¨Historias sobrenaturales. El mundo oculto¨ y me marché de allí antes de tropezarme con alguna de las dos. No había avanzado mucho con la lectura, aunque lo poco que había leído tampoco es que fuera la mar de interesante. El loco que lo escribió estaba perdidamente enamorado de una chica, la cual yo sospechaba que se trataba de una Wrach, pero aún no lo tenía del todo claro.
Como todos los días, hacía demasiado frío fuera y más a aquellas horas, justo en el atardecer cuando el Sol dejaba entrever sus últimos rayos. No había salido mucho desde el día de la fiesta de Will, pero el poco tiempo que lo hacía siempre acaba en el mismo sitio; el claro donde murió Mía. Sé que puede parecer algo macabro, pero en realidad aquel sitio era un remanso de paz; como si una parte del alma de mi amiga se hubiera quedado allí para siempre, incrustada en alguno de los árboles que lo poblaban.
Me senté justo en el sitio donde la encontré agazapada y llena de sangre, pero como me dije a mí misma, no la recordaría así, sino con una sonrisa; siempre como ella era, alegre y vivaracha. De vez en cuando podía sentirla, como si estuviera allí conmigo. Podéis llamarme loca, pero era una sensación gratificante, el pensar que no la había perdido del todo.
¨He perdido la esperanza. Ha pasado más de un mes e Irina no ha dado señales de vida, era cierto, se ha marchado.
.
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.
Hoy he recobrado la esperanza, sé que no debería sentirme alegre, pero me es imposible. 
Pasaban la media noche cuando iba caminando justo por el mismo callejón donde la vi, radiante y espléndida por primera vez; cuando oí unos gritos. Al principio pensé que se tratarían de un par de mendigos discutiendo por unas gotas de vino; pero entonces lo vi. Una llamarada de luz salió de detrás de una esquina. Esperanzado pensé que podría tratarse de ella, pero cuando llegué, mis ojos no daron crédito a lo que vieron.
Era ella, Irina, pero no mi Irina. Sujetaba a un hombre por el cuello y su rostro... oh su angelical rostro... estaba completamente desformado por unos incisivos atroces. Su boca estaba manchada de sangre junto con sus ropajes y los del caballero al que sostenía. Asustado intenté retroceder sin hacer ruido alguno, pero tropecé. Entonces fue cuando nuestros ojos conectaron. A pesar de que mi cerebro sabía que no era ella, mi corazón dio un vuelco como la primera vez que la vi.
-Marx -susurró ella sorprendida al verme.
-Irina...
De un momento a otro, el hombre al que ella sostenía se zafó de su mortal abrazo y la empujó contra la pared, con tal magnitud que calló inconsciente.
Ella está aquí, en mi casa, en mi cama, durmiendo plácidamente. Sé que no debería haberlo hecho, pero no podía dejarla allí. Necesito respuestas.¨




lunes, 21 de abril de 2014

Capítulo 26.

Hacía frío y en el cielo había nubes grises que avecinaban que de un momento a otro empezaría a tronar.
En realidad, para cualquier alumno de la Academia Richarford era un día normal y corriente y ojala pudiera decir que para mí lo era, pero no era así; ni para mí, ni ara Cinthya, ni para Christian, Tom, Jo e incluso Will.
Habíamos perdido a una amiga, una compañera, una persona magnífica que conocíamos desde que eramos unos niños y lo peor de todo era que la habíamos visto morir y no habíamos podido hacer nada.
¿Era culpa nuestra? ¿Había muerto porque no nos habíamos organizado bien? ¿Por que habíamos pensado que su crisis había pasado? Sería muy injusto decir que no, pero también lo sería culparnos de lo sucedido.
Las campanas de la capilla repiquetearon en lo alto de la torre, diciéndome que el funeral de mi amiga, al cual ninguno de nosotros podríamos asistir, había tomado comienzo. La directora había tenido la gentileza de hacer un velatorio para decir el último adiós a aquella chica holandesa de pelo castaño que a pesar de que solo llevaba tres semanas allí, había entablado amistad con la mayoría del alumnado; y yo ni siquiera había podido asistir.
Una vez que un Wrach moría, su cuerpo, si es que no se había convertido en cenizas ya que adquiría la forma que debería tener pasado el tiempo de vida, se convertía en una simple cáscara pálida. No había alma, no había vida en él. Los muertos no distinguían de malo o bueno, de vampiro o humano; simplemente eran muertos. Por eso me encontraba agazapada junto a un arbusto, observando a la gente entrar en la iglesia.
Todos iban vestidos de negro o marrón, evitando los colores claros como el blanco o los llamativos y alegres como el rojo ya que se trataba de un funeral. Me recordaban a robots programados para la exterminación del universo. Era patético y absurdo. La mayoría de los que asistirían simplemente era alumnos aburridos de sus vidas que iban  por tener el placer de cotillear, a las pocas horas, sobre el asunto; mientras que yo no podía entrar a darle el último adiós a mi amiga y tenía que esconderme, vistiendo una blusa vieja y roida de color rojo junto con unos vaqueros de Tiffany, de un tono más ocuro que me quedaban estrechos. Como el negro era el color de nuestro uniforme de combate, los Wrach vestíamos de rojo para despedir a nuestros difuntos. La ceremonia no era como una mundana; nosotros citábamos poemas y oraciones que nuestros ancestros habían creado para este tipo de eventos y una vez finalizado, se le prendía fuego al cuerpo para que sus cenizas bagaran por la Tierra. ¿Qué pasaría con el cuerpo de Mía? No tenía ni idea.
De tan solo pensar en ella, lo alegre que era y la felicidad que transmitía; pensar que una hora antes de lo sucedido había estado riendo con ella; pensar que la conocía desde niña y que ya, no la volvería a ver... Era como una sensación de vacío y ahogo que se apoderaba de mi pecho y no lo soltaba.
Las imágenes de la noche anterior, no se borraban de mi mente y temía que no lo hicieran jamás.
Con los ojos desencajados y aún sin creerme lo que acababa de ver, olvidé la flojera de mis piernas y el pánico que me abrazaba con sus gélidos brazos y me incorporé del suelo a toda velocidad hasta acercarme al cuerpo inerte de mi amiga.
-¿Mía? -pregunté, tocándola con el dedo índice.
Por un momento me olvidé de todo; de que Cyn estaba derrumbada en el suelo con la mandíbula desencajada, de que Tom nos miraba sin creer lo que estaba pasando, de que Christian no parecía él, sino un niño lloroso de ocho años y de que Will tan siquiera estaba ya allí. Todo se volvió negro, excepto por un foco de color pálido que alumbraba el lugar donde se encontraba Mía. Incluso por un momento llegué a pensar de que simplemente estaba dormida, de que si le quitaba aquella cosa que tenía hundida en el pecho, despertaría y todo volvería a la normalidad; simplemente nos olvidaríamos de todo y haríamos como si nunca hubiera pasado nada; y por eso le arranqué la rama del pecho y me senté a su lado a esperar, con su cabeza en mi regazo.
-Mía -susurré, pasando los dedos entre su pelo- Mía, despierta. Por favor. Te necesitamos. Mía... -a medida que iba diciendo su nombre, el nudo de mi garganta iba cogiendo más fuerza, haciéndome ver lo que en realidad no quería.- Despierta. Despierta por favor... Mía.
Una vez más, un nombre más después, un segundo más y todo se vino a bajo, imponiéndose la realidad de golpe. 
Las lagrimas empezaron a brotar de mis ojos de manera desconsolada mientras que las caricias sobre su pelo pasaron a ser empujones y zarandeos, pensando que así, a pesar de saber la verdad, despertaría. No podía estar muerta. No podía.
No sé cuánto tiempo pasé golpeando el cuerpo sin vida de mi amiga, solo sabía que no quería separarme de él y unas manos que me asiaban con fuerza los brazos tiraban de mí. Forcejeé con ellos, grité y pegué puñetazos al aire mientras decía que me soltaran. Exigía que me dejaran estar con ella. Pero no lo hicieron.
-¡Que me sueltes! -grité, pegando un puñetazo sin fuerzas sobre el pecho de alguien.- ¡Suéltame!
-Alex, Alex... tranquilízate, tenemos que llevárnosla.
En algún otro momento me habría dado vergüenza que Carter me viera llorando de aquella manera. Estaba empapada de sangre, no mía sino de mi amiga; las piernas las tenía llenas de arañazos y el pelo lo tenía alborotado y pastoso. En cualquier otro momento, incluso me habría sentido feliz porque Carter me tenía entre sus brazos. Todo sería mucho mejor en cualquier otro momento, pero no en ese.
-¿No lo entiendes? -lo miré con ojos suplicantes, intentando hacerle ver de que no podía marcharme.- No puedo dejarla.
-Alex, no puedes quedarte aquí, tenemos que llevárnosla. -Distinguí un tono en su voz que se me antojó compasivo, al igual que el brillo de sus ojos. Me miraba como si pudiera sentir él mismo por lo que yo estaba pasando. Estaba preocupado por mí.- Deberías irte a dormir, ha sido un día duro... ¿vale?
Seguir discutiendo con él en una batalla que obviamente yo tenía perdida desde un principio, sería inútil a si es que asentí a su petición.
Con fuerza, me atrajo hacia él y me estrechó contra su pecho donde yo hundí mi rostro, absorbiendo su olor; una mezcla de colonia, sudor y olor a pino. No pude evitar echarme de nuevo a llorar.
-¿Cómo lo habéis sabido? -ahogue un sollozo, con el rostro aún pegado a su torso-, que había pasado esto.
- El alumno Will Fortsen fue a avisarnos a la cabaña de los guardianes -contestó, pasando sus fuertes manos por mi pelo. Puede que la gente hiciera preguntas si nos viera así, pero me daba igual, simplemente me estaba consolando y yo estaba dejando que lo hiciera, además todo el mundo allí andaba muy distraído yendo de aquí para allá.- En cuando me enteré salí disparado para acá. 
*Will...* Ya ni si quiera me acordaba de que él también había presenciado la atrocidad que había tenido lugar aquella noche. Tanto mis amigos como yo habíamos estado tan distraídos con Mía que se nos había olvidado que un humano había visto todo. Tendríamos que explicárselo más tarde, de eso no cabía duda. Había sido muy valiente por su parte haber ido a avisar a los de seguridad teniendo en cuanta que podría meterse en un lío con la fiesta y de que él ni siquiera conocía a Mía.
-Gracias -susurré, apartándome de él, mientras me secaba las lágrimas con la manga roída de mi camiseta.- He de ir a buscar a Cyn, debe de estar destrozada.
-Sí, será mejor. Iros a descansar... -se quitó su chaqueta y me la tendió.- Toma, debes de estar helada.
-No... -rechacé, pero antes de terminar la frase, ya me la había colocado sobre los hombros.
-Mañana me la darás.
-Gracias -asentí agradecida, con la mejor sonrisa que pude expresar.
Mi mejor amiga estaba derrumbada junto a un árbol, intentando mantener el equilibrio mientras miraba ausente a los de seguridad yendo de un lado a otro sin tan siquiera reparar en ella. En ese aspecto me sentía afortunada de que al menos Carter se hubiera preocupado por mí.
Sin mediar palabra, la abracé con fuerza y me la llevé de allí hacia el edificio principal.
Ambas habíamos pasado por mucho aquella noche; ambas habíamos perdido a una amiga, pero Cinthya tenía mucha más relación con Mía de la que tenía yo. Entendía por lo que estaba pasando.
Esa noche durmió en mi habitación. Tiffany no apareció por allí por lo que le insistí a Cyn que durmiera en mi cama y yo dormiría en la de mi compañera pero al final acabamos durmiendo las dos juntas en la mía, abrazadas como cuando éramos pequeñas y teníamos miedo de algo.
-Sus ojos... -susurró- no tenían expresión, Alex.
-Lo sé.- Una imagen vivida pasó ante mis ojos al ver aquellos aterradores ojos blancos e inexpresivos de Mía y un escalofrío me recorrió de punta a punta.- Intenta dormir ¿vale? -pasé una mano por su pelo, acariciándola con ternura.
-¿No lo entiendes verdad? -sollozó de nuevo, sorbiéndose la nariz.- Esa misma expresión tenías tú el día ese que empezaste a gritar en medio del bosque, asegurando que unas abejas te estaban picoteando.
No habíamos pegado ojo en toda la noche. Tanto Cyn como yo la pasamos en vela temiendo que llegara por la mañana y enfrentarnos al mundo real.
La directora nos llamó a mis cuatro compañeros y a mí de forma individual para contarle lo que pasó pero sinceramente no supe qué decir. Ninguno de nosotros sabía que había pasado; por qué Mía había decidido suicidarse. Lo único que me vi capaz de decir fue: era como si no fuera ella misma, como si en realidad se tratase de otra persona.
La directora y los del cuerpo de seguridad me insistieron, recordándome que yo era la que más podía ayudar dado que yo llegué antes que el resto, pero no dije nada más. Me limité a permanecer con la mirada perdida, dándole vueltas a lo que Cyn me dijo ¨ Esa misma expresión tenías tú el día ese que empezaste a gritar en medio del bosque, asegurando que unas abejas te estaban picoteando.¨
Por una parte era aterrador pensar que en que yo misma había estado en la situación de Mía. No podía parar de preguntarme si era cierto lo que Cinthya me dijo, pero por la otra me aferraba a la idea de que yo tenía razón; Mía no se había suicidado y que posiblemente habría alguien implicado detrás de todo esto.
Un chasquido tras de mí, desconectó por completo mis divagaciones y me puse alerta. Di un pequeño bote en el sitio, a punto de perder el equilibrio y resbalar hasta el suelo; cuando me encontré a Carter observándome varios metros más allá.
Lo miré, recordando su señal de afecto cuando me encontró, medio tumbada junto al cadáver de mi amiga. Fue una sensación extraña, el saber que realmente alguien se preocupaba por mí allí, a tantos kilómetros de distancia de mi verdadero hogar. Desde el primer día yo me había comportado como una déspota con él y en cambio seguía ahí, dándome oportunidades y tratándome con el mismo respeto que a un igual. Aunque sus palabras seguían haciendo mella en mí.  Simplemente era una alumna y él se preocupaba por sus alumnas.
-Hola -saludé, con la voz algo ronca debido a la cantidad de gritos y lágrimas derramadas.
Aún tenía los ojos algo hinchados e irritados. Me daba vergüenza que mi profesor me viera así, por lo que agaché la cabeza con disimulo, concentrándome el los cordones de mis botas negras.
-¿Qué haces aquí? -Noté cierta cautela en su voz, como si midiera cada palabra con un metro para que tuvieran la medida y el tono exactos. Al ver que solo me limité a encogerme de hombros mientras le daba la espalda para quedar de cara a la capilla, prosiguió:- pensé que estarías dentro.
*Si tú supieras..* Sonreí, ante mi sarcástico chiste. No es que no quisiera entrar y dejar a un lado mis creencias religiosas, es que no podía pero eso no se lo podía decir a él.
Quería estar sola, por eso me había escondido entre los matorrales, por lo que me mantuve en silencio a la espera de que él captara mi indirecta. Pero no sé si es que no lo hizo o simplemente quería hacerme compañía. En vez de marcharse, avanzó hacia mí, hasta que mi hombro tocó su pecho.
Ahogué una exhalación al notar el contacto de su cuerpo sobre el mío. Sólo era un mínimo roce, pero bastó para levantar un revoloteo en mi estómago y rememorar su abrazo. Ansiaba otro, con todas mis fuerzas, pero no podía permitírmelo.
-Estoy al corriente del interrogatorio que te han hecho esta mañana...
A pesar de mi mirada ausente, sabía que a él le estaba costando dirigirse a mí y más para hacerlo por uno de los motivos por el cual solo quería olvidar. Podía imaginármelo mirándome desde lo alto con su dura expresión y los dientes apretados mientras me escudriñaba con la mirada. Él no tenía ninguna culpa, de nada, pero no me apetecía hablar del tema, aunque sabía que si no lo hacía, la única que saldría perjudicada sería yo.
-¿Y qué? -conseguí decir tras tragarme el nudo que se estaba formando en mi garganta.
-Sé que esto es duro para ti, Alex, pero tienes que explicarnos todo, si no no podremos ayudar.
Sin saber ni el cómo ni el por qué, una rabia se abrió paso desde lo más profundo de mis entrañas. Apreté los puños a los costados, intentando concentrarme en el dolor de mis uñas atravesando la piel para así evitar ponerme a llorar allí mismo.
-¿Ayudar? ¡Já! -Grité encolerizada dándome la vuelta para quedar de cara a él.- ¿¡Qué vais a hacer!? ¿¡La vais a traer de vuelta!? ¡E-S-T-Á M-U-E-R-T-A!
Inmediatamente nada mas pronunciar aquellas palabras me arrepentí de que hubieran salido de mi boca. La expresión de incredulidad, mezclada con dolor en el rostro de Carter me perforaron el corazón. Me sentí estúpida, como una niña malcriada por haber tratado así a la única persona que había mostrado preocupación por mí.
Mi cuerpo no aguantó más y acto seguido, un mar de lágrimas resbaló por mis mejillas, humedeciendo cada parte de mi rostro por el que pasaban. No recordaba haber llorado tanto desde que tenía al menos ocho o nueve años, cuando mis padres no quisieron comprarme por navidad la Barbie que todas las niñas de mi clase tenían.
-Dios, Alex... -espetó con frustración.
Alargó su brazo entre el poco espacio que había entre ambos y tiró de mí hasta que quedamos en la misma
posición que la noche anterior. Yo con la mejilla mojada sobre su pecho y él con una mano en mi cintura y la otra en mi pelo.
-Lo siento -mi voz sonó hueca contra su chaqueta.
-No tienes por qué. Tú no has hecho nada. Sólo estabas en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Permanecimos largo rato así, los dos unidos mientras que él me consolaba con el tacto de sus rugosas manos contra mi cara. Los segundos se me antojaron horas, pero no quería apartarme de él. Todo aquello era una locura y ambos lo sabíamos. Pero como todo, nada dura para siempre. Esta vez fui yo la que decidió cortar por lo sano y me aparté, secando mis lágrimas con la manga de mi camiseta.
-Supongo que sí -dije, encogiéndome de hombros.- Sé que debería haber hablado esta mañana, pero es que... no podía, de verdad que no podía. No ante todos esos extraños que me miraban como si estuviera loca y se compadecieran de mí por haber perdido a una amiga. A ellos ni siquiera les importa qué pasó, cómo están Cyn, Tom, Christian o yo... sólo quieren buscar una solución para después olvidarse de todo.
-Pero a mí sí que me importa.
-¿Qué?
-A mí sí me importa cómo estás tú.
¡Zash! Aquellas seis palabras fueron como un chorro de agua fría en pleno invierno. Levanté la cabeza sobresaltada para quedarme mirando sus oscuros ojos. Había dicho que le importaba. Yo. Ni Cinthya ni Tom ni Christian; sino yo. ¿Y después me soltaba que yo era una alumna más? ¿Por qué me hacía eso?
La respiración se descompasó totalmente y me puse aún más nerviosa al pensar que probablemente él mismo se había dado cuenta de ello. El corazón latía con tal magnitud en mi pecho, que temía que me rompiera las costillas y saltara al exterior allí mismo. ¿Qué tenia aquel chico que producía ese efecto en mí?
-Esto... eh... -las palabras salían arremolinadas de mi boca sin ningún sentido coherente y al parecer eso le hizo gracia. La sombra de una sonrisa apareció en la comisura de su boca mientras me miraba con un brillo divertido en sus ojos. Me resultó imposible no reírme yo también.- Iré a hablar con la directora -asentí, algo más tranquila- o... lo intentaré.
-Eso está  mejor -sonrió, esta vez con una sonrisa completa.- Ahora he de irme, se hace tarde y a demás, te reclaman.
Seguí la dirección de sus ojos, puesta sobre mis tres amigos, todos ellos también vestidos de rojo, como yo. Christian sostenía algo que me parecieron bolsas de papel, pero que no distinguí bien de qué se trataban.
-Sí -asentí, separándome con cautela de él- adiós. Oh y ¿Carter?
-¿Sí?
-Gracias -le sonreí por última vez antes de marcharme.
Tuve que correr un poco hasta alcanzarlos. Ya estaba anocheciendo y pronto sería la hora de la cena. Hacía algo de frío, por no decir que demasiado y la misa aún no había acabado. Al igual que yo, ellos también estaban alicaídos y tristes, algo muy comprensible.
-¿Quién era? -preguntó Cinthya, señalando con la barbilla en la dirección de la que yo había venido.
-Carter.
-¿Quién?
-Carter -resoplé, rodando los ojos como si la respuesta fuera más que obvia- el profesor de defensa.
-¿Le llamas por su nombre de pila? -Tom abrió muchos los ojos, como si lo que yo hubiera dicho fuera algo de otro mundo.
Volví a poner los ojos en blanco, dejando a un lado aquel tema de conversación y me centré en las bolsas de papel, color blanco roto que Christian sujetaba con fuerza entre las manos.
-¿Qué es eso? -señalé con un movimiento de cabeza.
-Son farolillos. -Todos nos quedamos callados evitando mirarnos los unos a los otros. No había pensado qué podía ser o para qué serían, pero entonces caí en la cuenta.- Mía se merece una despedida digna.
Ninguno volvió a intercambiar palabra hasta que no llegamos al claro donde habían tenido lugar los hechos. Fue algo doloroso y no solo hablo por mí, sino por todos. A ninguno nos apetecía recordar lo que habíamos vivido y aquél era el lugar donde había ocurrido. Las imágenes volvieron a pasar por mi cabeza una y otra vez; desde el momento en el que dejé a Will colgado hasta que vi como mi propia amiga hundía la estaca en su corazón. Los detalles eran tan reales, que parecía que estaba ocurriendo todo de nuevo.
Christian nos dio un farolillo a cada uno, incluso a Jo, que se nos unió un par de minutos más tarde.
-Este es por todas la veces que me ha ayudado -dijo Tom, encendiendo su farol y soltándolo.
Acordamos que, ya que no podíamos darle el funeral que ella se merecía, el funeral que le dábamos a uno de los nuestros, los Wrach, encenderíamos cada uno un farolillo, añadiendo una frase buena acerca de nuestra amiga.
La verdad, no tenía ni idea de qué podía decir de ella. Había estado con Mía desde antes de la primaria y a pesar de la cantidad de cosas que había vivido con ella, ninguna me pareció lo suficientemente buena para destacar.
Escuché atentamente a cada uno de mis amigos. Con cada palabra, el nudo que se había formado en mi garganta iba tomando consistencia y solidez hasta el punto que no pude aguantar más y solté la primera lagrima cuando llegó mi turno.
-Bueno... supongo que ahora me toca a mí -dije, sin dirigirme a nadie en particular. Podía combatir en miles de enfrentamientos, clavar estacas, pegar puñetazos y patadas y sin embargo, no era capaz de decir un último adiós. Miré hacia el árbol donde la había encontrado agazapada cuando llegué al claro y por un momento la volví a ver; pero esta vez no estaba manchada de sangre ni herida o al borde de la histeria. Esta vez era simplemente Mía. Con su sonrisa radiante y su largo pelo castaño recogido en una coleta y me estaba mirando a mí.- No tengo ni idea de qué pudo decir, nunca se me han dado bien estas cosas, bueno... en realidad dudo que a nadie se le dé bien estas cosas. Todos sabemos que la muerte llegará algún día; tanto la nuestra como la de nuestros seres queridos y en cambio, ninguno estamos preparados para ella. >>Pensamos que todo será siempre bonito y que las cosas que le pasan a los demás, nunca nos ocurrirá a nosotros. -Solté todo el aire contenido en mis pulmones, sonriendo con nostalgia al reflejo de mi amiga. Noté cómo una lágrima recorría lentamente mi mejilla derecha.- Supongo que finalmente esto es un adiós. Nuestro último adiós. Podría enumerar la cantidad de cosas buenas que hemos vivido pero ninguna me parece lo suficientemente buena para hacerlo. Te recordaré siempre querida amiga. Como tú eras. Radiante y siempre con una sonrisa en tu rostro. Adiós.
Todos los demás utilizaron un fósforo para encender su farolillo, yo en cambio encendí la yema de mi dedo índice y la deposité en el soporte justo antes de soltarlo y ver cómo se unía con el resto  en lo alto del cielo, como si de cinco estrellas se tratasen.
*Adiós querida amiga. Adiós*.








jueves, 17 de abril de 2014

Capítulo 25.

Sentía como si en vez de estar corriendo hacia donde de verdad me necesitaban, corriera en circulos sin ningún rumbo.
Todo estaba oscuro y si no llega a ser por la agudizada visión que poseíamos los Wrcah no sabría dónde me encontraba. Por un momento pensé que eran de nuevo esas alucinaciones y que los gritos me los había imaginado, pero de haber sido así Will no los habría oído a si es que por una parte, por muy extraño que pueda parecer, eso me aliviaba; el saber que no solo yo los había escuchado.
Los gritos de dolor cada vez sonaban más cercanos, pero no lo suficientemente  como para decirme con exactitud de donde procedían. Las ramas de los árboles me arañaban la piel de los brazos y la cara y si en algún momento había tenido medias, ya daba igual, solo eran jirones de tela llenos de agujeros.
Un olor dulce y pegajoso que me resultó familiar llegó hasta mis fosas nasales junto con una brisa que hizo titilar las hojas de los árboles. Sangre.
El corazón cobró vida propia y empezó a latir con una forma exagerada en el interior de mi pecho. A la hora de asumir y concienciarme del hecho de que había alguien en peligro no se me había pasado por la cabeza que estuviera herido y hubiera sangre de por medio. Automáticamente, mis piernas empezaron a correr por uno de los senderos, siguiendo aquel olor.
Me parecía increíble que tan solo cinco minutos antes estuviera dándome el lote con Will y ahora me encontrase corriendo sin un rumbo fijo buscando algo que podía ser producto de mi imaginación.
Giré a la derecha, atravesando un arbusto donde se me enganchó la camiseta. Tiré de ella y acto seguido se descrebajó, haciéndose una linea desde mi ombligo hasta la parte baja de la costura.
-¡Mierda!
No había tiempo para detenerse en aquel pequeño contratiempo. Con forme avanzaba, el olor de la sangre era cada vez más intenso, pero no fue eso lo que me extrañó. Desde que había escuchado la llamada de auxilio, había pensado que se trataba de algún humano; un alumno borracho de la fiesta o alguien que se había caído debido a la oscuridad, pero no estaba en lo cierto. Era sangre de Wrach.
Los Wrach nos identificábamos a nosotros mismos por pura naturaleza, era como si lleváramos un chip en el cerebro que nos dijera quién era qué. Así funcionaba tanto con los humanos como con los Marwolaeth. Lo mismo pasaba con la sangre, cada una tenía un olor característico. La de los humanos era dulce mientras que la de los Wrach simplemente era sangre con su típico olor a hierro.
Al advertir de que la persona que estuviera en peligro podía tratarse de uno de mis amigos no lo dudé y me lancé a la carrera de nuevo.
Llegué a un pequeño claro donde la luz de la luna incidía justo en el medio, mandando un reflejo plateado a la hierba seca y las hojas caídas. Escruté las sombras proyectadas de los árboles en busca de algún signo de violencia, pero todo estaba en perfecto orden; salvo por una cosa.
Una figura diminuta se encontraba agazapada junto a al tronco de un pino. Lo que antes había sido una perfecta coleta estaba completamente despeinada y ensangrentada en las zonas donde faltaban mechones de pelo. La ropa la tenía completamente hecha trizas y la piel de sus piernas desnudas estaba desgarrada y manchada de una mezcla pastosa de sangre y barro. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo
-Dios mío -susurré, tapándome la boca con las manos- ¿Mía?
La chica ni se inmutó cuando la llamé. Permaneció en su postura encorbada agarrándose las rodillas con las manos y balanceándose a delante y a atrás.
-¿Mía? Soy yo... ¿qué te ha pasado?
Con cuidado y sigilo, me fui acercando poco a poco hacia ella. Estaba completamente destrozada. Su mirada ausente me transmitió una sensación de vacío absoluto, como si dentro de ella no hubiera un alma, como si simplemente fuera una envoltura de carne y hueso. Esa no era mi amiga.
Me agaché a su lado, pasándole las manos por los hombros. Estaba fría; completamente helada por lo que usé mi don para proporcionarle algo de calor, pero fue una mala idea.En cuando notó el contacto de mi piel sobre la suya, me miró aterrorizada y se apartó  con un empujón.
-¡Aléjate de mí!
-Mía, pero...
-¡QUE TE ALEJES DE MÍ!
No comprendía qué era lo que estaba sucediendo. Mi amiga, mi compañera de clase... era como si no la conociera. Cuando clavó sus ojos sobre los míos, fue cuando me di cuenta. Eran blancos, no había señal de que hubiera  habido un iris o algún atisbo de color con anterioridad. Eran total y completamente blancos.
-Mía, me estás asustando ¿qué pasa? -chillé, presa del pánico mientras la zarandeaba.
Era como si no fuera ella misma, como si alguien la estuviera controlando desde otro lugar; como si estuviera poseída. Sin tan siguiera mirarme, arrancó la rama de un árbol y se la clavó en el estómago.
Un alarido desgarrador salió desde lo más profundo de su ser. ¡Se estaba autolesionando!
-¡Mía! ¡Mía!
Por más que chillara o la empujara, no me oía, estaba en su propio mundo a más de mil kilómetros de distancia. *Dios mío...* Estaba totalmente aterrada. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar, ella era mi amiga, no podía dejar que se hiciera aquello, pero tampoco me veía capaz de pegarla.
Escuché unos pasos a la carrera tras nosotras y recé para que mis plegarias hubieran sido escuchadas. Recé todo tipo de oraciones, incluso algunas que ni siquiera sabía si existían dado que yo no era católica, pero suspiré de alivio al ver que Cinthya, Tom, Will, Jo y Christian aparecieron en el claro.
-¿Pero qué cojones... -susurró Tom.
Al igual que yo, ellos también se quedaron asombrados con la escena; salvo que esta vez, Mía estaba de pie, clavándose en el estómago una y otra vez la rama partida mientras que yo intentaba quitársela de las manos.
-¡No os quedéis ahí parados y venir a ayudarme!
Tardaron varios segundos en reaccionar; pero al final lo hicieron. El más sorprendido fue Will, que estaba inmóvil junto a Tom, algo verde debido a las nauseas. Me preguntaba cómo le explicaríamos lo que estaba viendo sin tan siquiera yo misma saber lo que estaba pasando.
Christian y Tom consiguieron derribarla en el suelo mientras que Cyn y yo le quitamos la rama de las manos. No quedaba ni una pizca del que antes era un precioso vestido blanco; al igual que mi amiga, no estaba ya allí.
-¡Soltarme! ¡Soltarme! -vociferaba mientras se removía entre los brazos de los dos chicos- tengo que hacerlo. Tengo que sacarlo de mí.
-¿De qué está hablando? -sollozó Cyn, presa del pánico.
-¡Tengo que sacarlo de mí! ¿¡Es que no lo entendéis!? Me va a matar, tengo que soltarlo, ¡lo tengo que sacar!
-¿De qué estás hablando Mía? -Le puse las manos en su rostro para tranquilizarla y que nos explicase qué era a lo que se refería, pero como antes, me apartó de ella.- Mía, qué pasa, tienes que decirnos qué pasa, sino, no podremos ayudarte.
Como si mis palabras fueran un interruptor de apagado; se tranquilizó. Dejó de forcejear inútilmente con Tom y Christian y por primera vez desde que la había encontrado, sus ojos buscaron los míos y; por primera vez en el tiempo que llevaba allí, sentí una sensación de alivio al ver que sus preciosos iris color gris estaban de vuelta en su rostro
-¿Mía? ¿Eres tú? -susurró Cyn tras de mí.
-¿Qué.. qué ha pasado? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué me sujetáis chicos? -su mirada rondaba por nuestros aturdidos rostros sin asimilar la escena por completo -¿Y esas caras? Qué.... ¿¡POR QUÉ ESTOY CUBIERTA DE SANGRE!?
Ni mis amigos ni yo sabíamos muy bien cómo responder a todas esas preguntas. Había pasado de la histeria a la tranquilidad absoluta y lo más extraño de todo era que no había sido consciente de lo que había sucedido; de lo que ella misma se había hecho. Al ver que ninguno contestábamos, volvió a insistir.
-¡CONTESTARME!
Me daba la sensación de que si uno de los cuatro no hablaba pronto, volvería a su estado anterior y eso me llevó a levantar la mirada del suelo y hacer lo que nos pedía.
-¿No te acuerdas de nada? Mía, te estabas autolesionando, quién te ha hecho esto... -mi voz salió como un susurro, incapaz de darle más fuerza.
-¿Yo? Pero si... no.
-¿Qué es lo último que recuerdas?- intervino Tom, al ver que yo era incapaz de hablar.
-Yo.. yo estaba en el baile, estaba... hablando con Tiffany -me señaló con la barbilla en un movimiento de la cabeza- entonces ella se fue y luego... luego -una expresión de horror se dibujó en su rostro al darse cuenta de que nosotros teníamos razón- no me acuerdo de qué sucedió luego.
Todos los allí presentes nos miramos entre nosotros sin saber muy bien qué alegar a lo que Mía nos decía, porque no teníamos ni idea de qué hacer. Nos habían entrenado para combates de cuerpo a cuerpo, no para atender  crisis nerviosas.
-Lo mejor será que volvamos. Te acompañaremos a la cama y descansa ¿de acuerdo? -sugirió Tom con la mandíbula apretada.- Mañana veremos qué haremos con esto. ¿Te ves capaz de andar o te llevamos?
-Sí, - asintió con un susurro- puedo andar.
No sin darle muchas vueltas a la decisión, los chicos la soltaron, con mucho cuidado y siempre con una mano tras sus brazos y espalda; tanto por si se desmallaba como por si entraba en otra crisis; así estaría controlada.
-No entiendo qué está pasando.
-Lo averiguaremos ¿vale? -atraje a Cinthya y la abracé con fuerza para tranquilizarla.
¿Qué había pasado? ¿Era cierto que la chica que yo había encontrado era Mía? ¿Era esa la chica tímida y menuda a la que todo el mundo quería? Eran preguntas sin respuesta. Todo era una gran interrogación y ni yo misma sabía cómo interpretarlas.
Quizás lo que pasó fue nuestra culpa por fiarnos, por pensar que lo que había pasado no volvería a suceder y que estaba estable, quizás fue nuestro aturdimiento o que simplemente nos habíamos confiado. Pero nunca podré perdonarme aquello.
En un abrir y cerrar de ojos, Mía salió disparada, esquivando tanto a Tom como a Christian que se debatían por asirla e impedir que escapara. En cuando los vi, solté a Cyn y corrí en su ayuda, pero ya era demasiado tarde.
Mía se agachó para coger la rama con la que ella misma se había lesionado repetidas veces y la puso sobre su pecho. Estiré mis brazos en un intento de detenerla, como si en vez de carne, huesos y tendones, fuera de goma, pero lo único que conseguí fue perder el equilibrio y otorgarle los cinco segundos que necesitaba.
-Esto es solo el comienzo -dijo justo antes de clavar aquella rama en su corazón.




lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 24.

Después de la visita de Tom, tuve que decir adiós a mi tarde planificada de lectura.
No nos marchamos del cenador hasta bien entrada la tarde y solo nos fuimos porque se acercaba la hora de la cena y a ambos nos rugían las tripas. No tenía mucha hambre de comida, lo que más tenía era sed de sangre, pero de eso ya me encargaría a la hora de mi guardia habitual.
Los turnos se habían vuelto a establecer de dos en dos dado que no habíamos vuelto a tener noticias de que ningún hijo de la noche siguiera merodeando por los alrededores. Pero con  ¨los turnos se han vuelto a establecer de dos en dos¨ no me refiero a que yo volviera a estar con Tom; seguía con Christian. No es que me disgustara; Christian era un buen tipo y me caía bien, pero no era lo mismo.
Habíamos hablado con Daniela para intentar que volviera a ponernos a los dos en el mismo turno, pero como con todo a lo que a mí me acontecía o significara hacerme un favor, había dicho que no alegando que no iba a estar haciendo cambios cada vez que tuviéramos una discusión de pareja; que ya eramos mayorcitos. Por lo que las cosas seguían como estaban.
-¿Ya sabes lo que te vas a poner?
Tiffany estaba sentada en el suelo frente a su armario con las puertas abiertas de par en par pensando en el modelito que se pondría para la fiesta de cumpleaños de su amigo Will; mientras que yo, aún con la toalla puesta y recién salida de la ducha me aplicaba un poco de espuma en el pelo, totalmente ajena al tema de sus complementos.
-No sé, tampoco es que le haya dado muchas vueltas, es más, se me había olvidado que era hoy su cumpleaños.
-¿Venga ya? -me miró con los ojos entornados mientras negaba con la cabeza- pobre Will...
-¿Qué? No es ningún delito, simplemente se me ha olvidado.
-¿Cómo te sentaría a ti que el chico que te gusta se olvidara de tu cumpleaños?
-Mal, supongo -me encogí de hombros- yo que sé.
Había intentado dejar de lado la parte en la que había dicho ¨el chico que te gusta¨, no quería pensar en mí como la chica que le gustaba a Will; en realidad no quería pensar en mí como la chica que podía gustarle a alguien. *Dudo que el chico que me gusta sepa el día que hago los años*.
-Pues eso, que pobre Will. Creo que te tiene algo preparado.
-¿A mí? -pregunté con los ojos como platos, dándome la vuelta en la silla para poder quedar de cara a Tiffany.
-Sí. Lo tienes bien agarrado. -Me sonrió, sosteniendo en alto dos chaquetas.- La azul turquesa o la azul cielo.
-En primer lugar; no lo tengo agarrado por ningún lado; solo fue un beso y en segundo lugar: um... la azul cielo.
-Lo que tú digas, Alex -sonrió, volviéndose a meter dentro de su armario-, lo que tú digas.
-Creo que me pondré unos pitillos y una camisa -dije, volviendo al tema de la ropa.
-¿En serio?
-¿Qué...
-No, no hables -me interrumpió, poniendo su dedo índice sobre mis labios- sé tu respuesta y no te voy a dejar salir así.
-Pero...
-Que no hables -me calló de nuevo, pero esta vez con una mirada asesina.
-Está bien.- Sentencié; temiendo lo que vendría a continuación.
Tiffany se sentó junto a mi armario y empezó a sacar toda la ropa.
Las camisetas y los pantalones volaban, literalmente, por la habitación y yo solo pensaba en que a la que le tocaría recoger todo aquello no iba a ser a ella, sino a mí. La estaba asesinando mentalmente.
El tiempo que ella se pasó eligiendo mi ropa tardé yo en secarme el pelo y maquillarme un poco. No le veía el fin a aquello hasta que no gritó y se levantó de un salto, dando palmaditas en el aire.
-Ya está.
-¿El qué? -pregunté, mientras terminaba de pintarme los labios de rojo.
-Tu conjunto, ¿¡qué va a ser!? -respondió como si la respuesta fuera obvia.
Me agarró de la mano y tiró de mí, haciendo que la barra de labios pasara por toda mi mejilla, dibujándome una sonrisa aterradora.
-¡Mierda! ¡Tiffany!
-Calla y pruébate esto.
Cogió la ropa de encima de su cama y me la empotró contra el pecho, hecha una bola de telas. A pesar de que estaba algo molesta, dado que después de más de media hora, tendría que volver a quitarme todo el maquillaje y empezar de nuevo, cogí la ropa y me metí en el cuarto de baño.
-¿En serio? -me quejé.
Cogí la diminuta falda negra de vuelo, la cual no recordaba que fuera mía por lo que supuse que sería de mi compañera. Era ridícula. A eso se le sumaba una camiseta de estampados florales muy poco apropiada para la estación en la que estábamos, junto con unas medias tupidas. Cuando me hube vestido, salí del cuarto de baño, aún con la sonrisa macabra que se extendía hasta mi mejilla y algo encogida, dado que su falda me quedaba pequeña. Parecía un payaso y Tiffany se percató de ello al verme.
La chica, que estaba terminando de vestirse empezó a reírse como si llevara meses sin hacerlo.
-¿De verdad quieres que salga así? Porque oye, mi sentido del ridículo es escaso, pero es que esto supera los límites.
-Está bien -consiguió decir entre carcajada y carcajada- no te queda bien.
-Vaya -espeté con ironía- ¿lo has descubierto tú sola o te ha ayudado la NASA?
-Borde.
Le sonreí con amabilidad y me fui a buscar algo que ponerme que no me quedara apretado, tuviera flores o fuera sumamente espantoso.
Por suerte, cuando hice la maleta, metí un par de cosas para ocasiones especiales. El cumpleaños de Will no es que fuera algo muy especial, pero a pesar de lo que le había dicho antes a mi compañera de cuarto, no iba a ir con unos tejanos y una camisa simplona.
Agarré mi falda de cuero negro y una camiseta del mismo color, ajustada y con una sola manga. No iría en tacones porque sería algo absurdo ya que la fiesta era en el lago, pero me pondría mis Martins burdeos a juego con mis labios.
Algo de lo que no me había percatado hasta entonces era de que la fiesta era en el lago, sí, pero que el toque de queda había empezado a las nueve; ¿cómo se supone que se las iba a arreglar para que nadie se diera cuenta de que había montado un guateque que iba en contra de las normas? Me daba la sensación de que acabaría metida en otro lío.
-¿Lista?
-No, aún no -farfullé mientras me quitaba la raya de pintalabios de la cara- me queda un rato.
-¿Sabes que son ya las doce?
-¿Y tú que lo bueno se hace esperar? -le sonreí a través del espejo.- De todos modos; ¿cómo se supone que lo vamos a hacer? El toque de queda ha sido hace tres horas.
-Bah, da igual. -Hizo un gesto con la mano, restando importancia a mi comentario.- ¿Que te crees? ¿que no están al tanto de todo esto? Estoy segura de que la madre de Will habrá dado una importante suma de dinero a la directora para que se haga la longui.
No sabía por qué, pero su respuesta a mi incógnita no me resultaba extraña; en realidad debería haberlo pensado primero. Estaba claro; Will era hijo de una mujer rica y amargada casada con otro hombre rico y amargado a los que no les importaría dar parte de su dinero para que el chico estuviera contento. Después de lo que me contó Will en el cenador el día que nos besamos y la forma en la que lo hizo, aquello era realmente triste.
-Tiff, si quieres vete tu, tengo que ir a buscar a Cyn y a Mía.
-Sí, será mejor, porque con lo que tardas...-Cogió su chaqueta y su bolso y se marchó.
En realidad no me quedaba mucho, simplemente me estaba haciendo la remolona por dos motivos: primero, era cierto que había quedado con mis dos amigas y nuestra forma de huida no es que fuera la más apropiada para mi compañera de habitación y segundo, no quería ir a la fiesta. Pero ¿desde cuándo me había vuelto tan aburrida?
Un par de retoques más tarde  y un arreglo de faldas y ya estaba lista. Recogí mis cosas y pasé a buscar a las dos chicas, las cuales me fulminaron con la mirada nada más llegar, algo hartas de esperarme.
Como habíamos previsto, la mejor forma de escapar y no ser vistas era saltar por la ventana y así lo hicimos. Primero nos aseguramos de que no había nadie que pudiera vernos por los alrededores y después, nos lanzamos al vacío. Estaba tan acostumbrada a hacerlo que ya me resultaba una parte más de mi día a día. Al principio sentía esa sensación de vértigo en el estómago, pero después de tres semanas, era pan comido.
-Tengo una sensación extraña -se quejó Mía mientras apartaba las hojas de los árboles para no estropearse su perfecta coleta-, siento que va a suceder algo.
-Tienes toda la razón -la respaldé, arrugando la nariz- lo que va a suceder es que como nos pillen nos vamos a meter en un buen lío.
-¿Desde cuándo te has vuelto tan responsable? -se rió Cyn.
-Eso mismo me he preguntado yo hace cinco minutos.
El lago no es que estuviera precisamente cerca del edificio principal, de ahí que Cinthya y yo fuéramos a entrenar a aquel lugar. Tardamos varios minutos en llegar, pero a medida que íbamos avanzando, el olor a alcohol y el ruido estridente de la música iban siendo cada vez mayores. Cuando llegamos me quedé realmente sorprendida al ver lo que había allí montado.
Una carpa iluminada por las luces de neón ocupaba el centro del claro, repleto de adornos y mesas con comida y bebidas de todo tipo. Un escenario era la zona principal, situado al fondo de la estancia con un par de calefactores para caldear el ambiente. No había muchos alumnos, la mayoría eran de último curso, aunque vi a un par más pequeños, pero estaban repartidos de forma estratégica haciendo que pareciera que allí había miles de personas.
-!Esto es una pasada¡ -gritó Cyn por encima de la música- ¿Cómo lo habrá hecho?
-El dinero lo puede todo -contesté, haciendo un repaso por  el lugar.
Vislumbré a Tom junto a Christian, Jo y Caleb al fondo, al lado de  un barril de cerveza. Los chicos nos hicieron señas con las manos y nosotras fuimos hasta ellos como pudimos, entre empujones y codazos. En una ocasión me crucé con Spencer quien, como hacía siempre, me lanzó una mirada de odio, pero al igual que aquel mismo día por la tarde, la ignoré.
-¿Alcohol? -nos sonrió Jo a las tres, inclinando un vaso de plástico hacia nosotras.
-Creo que paso -se negaron Cyn y Mía a la vez.
-¿Alex?
-Pss -me encogí de hombros quitándole la bebida de las manos- ya que estamos ¿por qué no?
-Así es como habla una auténtica alcohólica.
-Aún te queda mucho por aprender querido Jo, aún te queda mucho por aprender - sonreí.
De no haber sido por lo cargado que estaba el ambiente, lo habría descrito como la fiesta perfecta.
Las chicas y los chicos se contorneaban al ritmo de la música, moviendo las caderas de arriba a abajo mientras agitaban los brazos en el aire. Nosotros no tardamos mucho en unirnos a ellos. Pero como siempre, los únicos que bailábamos eramos Tom y yo; el resto se mantenían en posición de estatua mirando a todos lados sin mirar nada en concreto. Les había dicho que se relajaran, que no iba a pasar nada, pero se habían mantenido en su postura de Wrachs responsables, algo que tanto Tom como yo habíamos dejado de lado.
Al quinto vaso de cerveza decidí que lo mejor sería dejar de beber si no quería acabar potando. Llevaba algún tiempo sin beber alcohol y no quería jugármela, pero a pesar de todo la cabeza me daba vueltas y tanto el sentido de la audición como el de la vista los tenía algo embotados.
-¡Vaya! ¡Has venido!
-Te dije que lo haría.
Will iba vestido con unos vaqueros algo desgastados y una camisa abotonada hasta el cuello junto con una americana de color oscuro. Me preguntaba si no tendría calor dado que yo había llegado al punto de estar empapada en sudor.
-Sí bueno, eso dijiste -sonrió con picardía.
Por mucho que me negara a reconocerlo y me obcecara en que no pasaba nada, sí que pasaba. Tenía una sonrisa radiante que cada vez que la veía me convertía en un flan y aún más si esa sonrisa era dirigida hacia mí. Agradecí que no hubiera mucha luz en el ambiente puesto que había empezado a notar cómo la sangre se peleaba por llegar hasta mis mejillas.
-Bueno qué ¿cómo os lo estáis pasando?
Saludó al resto de mis amigos, a unos con más efusividad que otros ya que solo conocía a Tom, a quien palmeó la espalda con fuerza. No sabía por qué, pero me resultaba raro que Will y Tom se llevaran tan bien dado que yo había estado saliendo con uno y luego me había enrollado con el otro. Estaba segura de que Tom no sabía nada al respecto; eso o que por fin había asumido que entre los dos no habría nada más.
Estuvo un buen rato bebiendo y bailando con nosotros, bueno, más que con nosotros, conmigo. Me dejé llevar por la música mientras que Will me movía con cada acorde y compás. No sabía que supiera bailar tan bien. Una de las veces me agarró por la zona baja de la cintura enredando nuestras piernas y obligándome a bajar hasta  tocar el suelo entre risas.
-¡Que calor! -gritó, abanicándose con su propia mano.
-Sí, aquí hace mucha calor.
No me extrañaba que lo tuviera teniendo en cuenta que no se había quitado la chaqueta desde que había venido y eso que llevábamos bailando al menos media hora.
-Creo que saldré fuera.
-¡Vale!
Justo cuando me apartaba para dejarle paso y marcharme de vuelta con mis amigos, deslizó su mano hasta mi muñeca y la apretó con ansia mientras tiraba de mí hacia él para quedar así su cara hundida en mi pelo.
-¿Me acompañas? -susurró con sus labios rozándome el lóbulo.
Sentir su calor corporal tan cerca de mi cuerpo no era una buena forma para poder negarse ante aquella proposición. ¿Que si le acompañaba? Después de eso le seguiría a cualquier lado, pero no podía dejar que él lo supiera a si es que me hice la remonola, disfrutando del tacto de sus labios sobre mi cuello.
-¿Es necesario? -esta vez fui yo la que se puso en modo seductor. Pasé mis manos por su mandíbula, siguiendo por los labios y terminando en una leve caricia sobre una de las venas de su cuello.
-¿No tienes calor?
Él se pensaba que me tenía en el bote, pero en realidad era yo la que lo tenía a él. Tuve que felicitarme a mí misma al escuchar el pequeño titubeo entre palabra y palabra en una frase tan corta.
-Demasiado -siseé, casi rozándole su labio inferior con el mío.
Sin más dilación, tiró de mí hacia el final de la carpa tras el escenario, donde había una apertura trasera que tenía la función de puerta.
Por un lado me sentaba mal lo que estaba haciendo; porque por así decirlo, lo estaba utilizando para pasar el rato, aunque bueno ¿quién me decía que él no estaba haciendo lo mismo conmigo? A fin de cuentas él no es que fuera precisamente uno de esos chicos que se ataban a una chica nada más conocerla. Aunque por otro lado mi vocecita interior me repetía una y otra vez las mismas palabras que Cinthya me había dicho; no tenía por qué salir bien, simplemente experimentaría a ver qué podía pasar.
Una  chica lanzó una mirada de odio a la mano de Will y la mía, las cuales estaban agarradas con fuerza para que ninguno de los dos se soltara y se perdiera entre el barullo. Yo por mi parte no lo haría, pero quizás él cambiara de opinión a mitad de camino.
Era consciente de que al día siguiente sería la nueva fulana de Will y de que no me hacía ni pizca de gracia, pero había tanta gente que ya me había tachado con algún adjetivo despectivo que me era algo indiferente.
Cuando por fin salimos al exterior, el aire gélido me golpeó las sienes en toda su plenitud. Cogí una gran bocanada de aire para así llenar mis pulmones y liberar la cantidad de a saber qué  sustancias tóxicas podría haber respirado allí dentro. Cerré los ojos para disfrutar del momento.
-Por tu cara de satisfacción veo que esto es mucho mejor.
-¿Sabes? -le sonreí, aún con los ojos cerrados- me gusta el aire libre y ahí dentro no había ni aire. Que por cierto ¿cómo lo has hecho? Montar todo esto y que los guardias y el resto de profesores se hagan los locos.
-Cuando tu madre a penas te hace caso, intenta llenar ese vacío con algo. A si es que esto es el vacío de este mes. Me pregunto como llenará el del mes siguiente y el del siguiente...
-Bueno, no es que sea malo.... ¿no? -aquella pregunta era más para mí que para él.
-Ja -soltó una carcajada llena de sarcasmo, junto con una sonrisa que a mí se me antojó fría y desolada- ni siquiera me ha felicitado.
-¿En serio?
*Menuda pregunta estúpida Alex, pues claro que lo dice en serio* me recriminé a mí misma.
No me hizo falta ninguna respuesta, su expresión lo decía todo. Tenía ganas de abrazarlo con fuerza y decirle que no merecía la pena estar así, pero ni yo misma me lo creía. No sabría que hacer si mis padres fueran como la madre de Will.
Dejando a un lado mi estúpida pregunta, se paró junto a un robusto tronco y se apoyó en él, sacando una cajetilla pequeña de uno de los bolsillos de su chaqueta, junto con un mechero. No tenía ni idea de que allí se fumara, aunque ya me había quedado claro que la mayoría de la gente se pasaba las normas por donde mejor les convenía y a la única que sancionaban era a mí.
-¿Quieres? -me ofreció uno mientras él se encendía con elegancia el suyo.
-Está bien -acepté, encogiéndome con indiferencia.
No hacía mucho tiempo había dejado el tabaco, simplemente como puro reto personal. Cyn y yo eramos las típicas que en vez de pasar la tarde estudiando, nos la pasábamos escondiéndonos de nuestros padres en los jardines y callejuelas para que no nos pillaran con un pitillo en la mano. No había vuelto a fumar, no porque lo considerase perjudicial para mi salud, sino porque no le veía la gracia, aunque sí que lo hacía de vez en cuando.
-Eres toda una chica rebelde, eh pelirrojilla -se rió, mientras le daba una calada a su cigarro- no eres la típica chica prototipo de la Academia Richardfor.
-Vaya... y a ver, dime; ¿cómo es el prototipo de la Academia Richargord? -sonreí, absorbiendo el humo del tabaco mientras le echaba una mirada descarada de arriba a abajo.
-Digamos que todo lo opuesto a ti.
-Ya -volví a sonreír- suelen decírmelo muy a menudo.
-¿De verdad?
-Nop.
-Entiendo -sonrió- la verdad es que ninguno de vosotros entráis en el prototipo de la Academia, sois... distintos.
Claro que eramos distintos, nosotros no eramos como ellos, ni mucho menos. Nuestras vidas no se basaban en el dinero o la fama, en pedirle prestado el coche a mami y decirle a papi que le dé de comer a nuestra tarjeta de crédito. Nosotros habíamos crecido combatiendo, entrenándonos desde que prácticamente llevábamos pañales y esforzándonos al máximo para protejerles el culo a los niños estirados y todo a cambio de nada; de la simple satisfacción que suponía hacer tu trabajo bien. Nadie nos reconocía mérito alguno. Nadie sabía que existíamos.
-Si bueno, creo que se le llama ser de continentes diferentes ¿sabes? Yo soy de Ámsterdam y tú eres de... -me callé, al no saber de dónde era él realmente. No me lo había dicho, pero yo tampoco había preguntado.
-Mi padre es puertorriqueño y mi madre neoyorquina. Dejémoslo en que soy americano.
-Vaya, unas raíces interesantes. -Expulsé el humo del cigarrillo, el cual tiré a continuación una vez hubo llegado a su fin.- Yo simplemente soy holandesa, mis orígenes no son tan interesantes como los tuyos.
-¿Tú que sabes? ¿Te has molestado en preguntar o en informarte a cerca de tus antepasados?
Pegué un respingo ante lo que él acababa de decir. Sin tan siquiera saberlo; Will acababa de darme una grandísima idea. Tal vez si investigaba sobre mis antepasados, podría averiguar algo más acerca de mi nuevo don. Me sentía tonta por no haberlo pensado yo primero.
Se levantó un pequeña brisa de aire frío que me hizo estremecer al contactar con mi piel. Con un escalofrío, me abracé mi propio cuerpo. Echaba algo de menos el calor de la fiesta.
-Será mejor que volvamos -sugerí, dándole la espalda- tengo algo de frío.
Sin respuesta alguna, se quitó su chaqueta y la puso sobre mis hombros. Era un bonito gesto, pero tenía demasiado frío como para que esa simple chaqueta pudiera servirme de algo; no obstante, antes de que volviera a tomar el paso, dejó caer sus manos al rededor de mi figura hasta detenerse en los huesos de la cadera. Algo sorprendida, giré para quedar de frente a él. Se me había olvidado por completo el verdadero motivo por el cual el chico me había sacado fuera; porque puede que tuviera calor en la carpa, pero sabía que no era precisamente por eso.
-Aún estoy esperando algo -susurró, con voz seductora.
Otro escalofrío volvió a recorrerme el cuerpo. Vuelta al dilema moral: seguirle o no seguirle el juego. Desde luego ¿por qué tenía que ser tan complicada? No es que quisiera ser como esas chicas que se lanzaban al cuello de un tío a la primera de cambio; pero ¿por qué tenía que sentirme mal a la hora de enrollarme con un chico? Sí, es cierto que no sentía nada más que atracción física por Will, pero ¿eso no bastaba?
-Y... ¿qué es? -pregunté con falsa seguridad, mordiéndome el labio inferior.
-Bueno, se supone que los cumpleaños se celebran por algo y a cambio, los invitados le dan algo al cumpleañero.
Con cada palabra lo notaba más y más seguro; mientras que yo, en cambio me rebanaba los sesos decidiendo los pros y los contras de mis actos.  Había advertido que el chico se iba acercando poco a poco hacia mi rostro y eso sólo podía significar una cosa.
Noté sus fuertes manos sobre mi cadera, calidas y seguras de sí mismas y sus ojos fijos en mis labios, se oscurecían con cada segundo que pasaba. Era realmente atrayente.
-¿Un regalo? ¿Eso es lo que quieres? -medio gemí intentando controlar la voz, presa de la situación.- ¿No te basta con mis sola presencia?
-Me basta y me sobra. -*A tomar por culo, de perdidos al río.*
El poco auto control que me quedaba se desvaneció por completo cuando, sin previo aviso me empotró contra el tronco de un árbol con sus labios puestos sobre los míos. Lancé un sonoro suspiro cuando mi espalda topó con una rama partida del tronco y me rasgó la piel, pero la ignoré, atendiendo a mis que aceres.
La chaqueta del Will, que hasta entonces estaba sobre mis hombros, fue arrancada de ellos por su propio dueño, lanzándola al aire con furia mientras me apretaba contra sí, besándome el hueco entre las clavículas.
Si había tenido algún pensamiento negativo sobre el motivo por el cual no debería hacer lo que estaba haciendo, se esfumó por completo cuando noté su lengua jugar con el lóbulo de mi oreja. Una cosa que sí tenía en común con el resto de mortales, era que una vez que me besaban el cuello, perdía todo el auto control.
Sin más dilación, agarré con fuerza los dos extremos de su camisa y tiré de ellos, saltando así, por los aires, todos y cada uno de los botones. No pude reprimir una risa al ver su cara de incredulidad, pero duró poco dado que al segundo siguiente sus labios y los míos habían vuelto a juntarse. Enredé y deslicé mis dedos por su torso desnudo, explorando cada palmo de su cuerpo, hasta que se detuvieron en el botón de sus pantalones.
-¿Estás segura? - su voz sonó ahogada junto a mi cuello, mientras se peleaba con la zona baja de mi camiseta para poder quitarmela de encima.
¿Que si estaba segura? Esa era una buena pregunta. Claro que no estaba segura, pero dado el rumbo que había tomado la situación y el punto en el que estábamos sería una crueldad por mi parte decirle que no; tanto para él, como para mí.
Temía que la voz no saliera como me esperaba y decidí limitarme a un par de asentimientos, mientras jugaba con el botón de sus pantalones, haciéndome de rogar.
-Bien -contestó a su propia pregunta, terminando de quitarme la camiseta.
Sonó un chasquido procedente de mis medias de encaje, cuando tiró de mi pierna con fuerza hacia sí para ponérmela sobre su cadera. Apretaba con tal intensidad mi muslo que sus dedos habían resquebrajado la tela.
Tanto él como yo estábamos al borde de la locura; no sabía cuánto más podría aguantar a si es que dejé de enredar con los preliminares y pasé a la acción. Esta vez con más cuidado, saqué el botón por el ojal de los pantalones y le bajé la cremallera, dispuesta para dar el siguiente paso. Estábamos tan cerca de hacerlo, tan cerca de llegar a lo que solo antes había llegado con Tom, que ni siquiera hice caso al primer grito de dolor que escuché.
-¿Qué ha sido eso? -Will se separó de mí de un salto. El pecho le subía y le bajaba a toda velocidad, no sabía si dado a la excitación o al susto.
-¿Qué ha sido qué...
Mis palabras se vieron interrumpidas por otro alarido desgarrador procedente del interior del bosque.
Me llevó un momento entender que algo iba mal, pero en seguida mi cuerpo se tensó, dejando a un lado a las sensaciones placenteras por el tacto del chico   y mi mente se despejó para dejar paso a la coherencia.
Recogí mi ropa desperdigada por el suelo, por suerte no había mucha ya que no había llegado tan lejos. Le lancé su camiseta desprovista de botones y su chaqueta, algo manchada de barro.
Escuché otro grito, este más intenso que los dos anteriores. Alguien estaba en apuros y necesitaba ayuda.
-¡Ve a buscar ayuda! -le ordené mientras salía a correr.
-¡Alex! ¿A dónde vas? ¡Vuelve aquí!
Le ignoré por completo, rezando porque me hiciera caso y fuera a pedir ayuda.