lunes, 24 de marzo de 2014

Capítulo 17.

De un sobresalto me incorporé en la cama. Otro sueño. Otro estúpido sueño. Esta era la quinta pesadilla que tenía desde el día que arreglé las cosas con Tiffany y lo peor de todo, era que siempre era la misma, una y otra y otra vez. Siempre acababa cuando saltaba de la azotea y caía en picado hacia la oscuridad; acto seguido me despertaba.
Tenía la frente sudorosa y el corazón me iba a mil por hora; no puedo decir si por lo asustada que estaba o porque los sueños eran tan reales que el aire me faltaba por la cantidad de kilómetros que corría en ellos.
La luz del Sol bañaba la habitación con todo su esplendor, algo realmente sorprendente teniendo en cuenta que los últimos días se los había pasado lloviendo. Fuera, no se oía ningún ruido, aunque claro está, el ¨pom pom¨ de mi corazón hacía eco en mis oídos.
Me incliné ligeramente para ver si Tiffany seguía dormida en su cama, pero no estaba. *Qué raro... ¿dónde se habrá...*. Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando vi que el despertador marcaba las ocho menos cinco.
Con un salto y revoloteo de sábanas, me levanté a toda prisa y me dirigí al armario. Era lunes, llegaba tarde a clase y lo peor era que tenía biología y esa profesora me odiaba.
Pasé la falda por mis piernas a toda velocidad, tanta, que estuve a punto de darme de bruces contra el suelo. Cogí mi cartera y me fui abotonando la camisa a medida que bajaba las escaleras como alma que lleva el diablo. No había nadie en los pasillos y el timbre de inicio, sonó a mitad de camino.
Miré a ambos lados y tras comprobar que no había nadie, no dudé un segundo en usar mi velocidad vampírica, aunque ni eso me libraría de llegar tarde.
Cuando llegué, la puerta del aula ya estaba cerrada. Me incliné sobre las puntillas y me asomé por la pequeña ventana que tenía ésta. La profesora ya había entrado. *Genial, otro castigo más para la colección. Estabas tardando tú mucho en llegar tarde a una clase...*. Enredé los dedos entre el pelo para hacerme una coleta desaliñada, no me había dado tiempo a peinarme y el reflejo de mi imagen me pedía a gritos un arreglo. Tras un suspiró, llamé a la puerta y entré.
Toda la clase se quedó mirando mi estampa; por la que rezaba para que no fuera muy mala, teniendo en cuenta que prácticamente me había vestido en un segundo.
-Llega tarde, señorita Thomson- dijo la profesora sin levantar la mirada de los papeles que tenía sobre su mesa.
-Lo sé, pero...-intenté excusarme, aunque aquella mujer no tendría piedad conmigo.
-No hay peros que valgan. Siéntese en su pupitre, al final de la clase le daré su castigo correspondiente.
-¡Oh, venga ya! -me quejé, con un tono de voz que quizás era unas décimas por encima de lo normal- ¡Solo han sido dos segundos!
-No se lo repetiré más veces -esta vez sí que me miró, aunque por el odio que había en sus ojos, deseé que no lo hubiera hecho.
Aún más enfadada de lo que ya estaba, le dediqué una última mirada y me dirigí a mi sitio, junto a Tiffany y otro chico, el cual no tenía ni idea de cómo se llamaba.
-Podías haberme despertado -le susurré enfadada a Tiffany, mientras me dejaba caer en mi silla.
-¡Eh! No te enfades conmigo, lo he intentado, pero casi me pegas un puñetazo.
-¿Yo? -levanté la voz, algo sorprendida.
-Sí, tú. Estabas hablando en sueños, decías cosas como... -dejó la frase sin acabar, pensando bien sus palabras-. Cosas como que nunca serías uno de ellos o que tenías que correr.
*Muy bien, ya no solo tienes pesadillas, sino que casi has estado a punto de cargarte a tu compañera de cuarto y hablas en sueños. ¿Qué será lo próximo? ¿Volar?*  Me extrañaba lo que Tiffany me estaba diciendo, aunque con las cosas tan raras que estaban pasando últimamente, no debía de hacerlo tanto.
Dejé la conversación por terminada. Ya estaba castigada por llegar tarde, no quería buscarme otro, el cupo de castigos estaba cubierto; de momento.
La clase transcurrió como siempre; lenta y pesada. La profesora no me quitaba el ojo de encima, por lo que aquella vez no pude enfrascarme en uno de mis dibujos; aunque estuve algo más ocupada, dándole vueltas al coco a por que Daniela no paraba de echar miraditas en mi dirección.
No había vuelto a intercambiar palabra con ella desde el día que le arreé el puñetazo -ni falta que hacía- y tampoco tenía la intención de hacerlo y ni mucho menos, pedirle perdón. Ella solita se lo había buscado por ir con esos aires de superioridad; mirando por encima del hombro a los demás, como si fuera de una raza superior.
El final de la clase llegó con el tan esperado y familiar, sonido del timbre. Todos nos levantamos a gran velocidad, deseando salir de aquellas cuatro paredes, para dirigirnos a nuestra siguiente clase. Teníamos cinco minutos entre asignatura y asignatura, pero teniendo en cuenta lo rigurosos que eran allí con los horarios lectivos, era mejor llegar cuanto antes.
Yo, por el contrario, no tenía muchas ganas de que acabara la clase, eso significaba que llegaba la hora de que me asignara un castigo. Con un suspiro apesadumbrado, me levanté de mi sitio y me dirigí a la mesa de la profesora, quien escribía una nota en una hoja de papel, con una caligrafía perfecta.
-Aquí tiene -dijo sin mirarme, entregándome el papel en el que segundos antes estaba escribiendo-. Espero que no se vuelva a repetir. Ya puede marcharse si no quiere llegar tarde a su próxima clase.
Con otro suspiro, esta vez de desesperación, le arranqué el papel de las manos y me marché.
¨Debido a su  retraso en mi clase, el castigo que le ha sido asignado será ayudar a la bibliotecaria a lo que ella le pida. Comuníqueselo cuando antes  y la Sra. Stiff le indicará el día y la hora a la que tiene que cumplir su sanción. Un cordial saludo¨.
-Estúpida vaca gorda -espeté, haciendo una bola con el papel y metiéndomelo en uno de los bolsillos de la americana-. Solo han sido dos minutos... solo dos minutos.
-La profesora de biología es una de las más estrictas que hay en este instituto -dijo una voz tras de mí.
Me sorprendí, y de un saltito, me paré a mitad de  camino. Iba hablando sola, bueno, mejor dicho, pensando en voz alta, por lo que no esperaba que nadie me contestara.
-Hola... -vacilé, intentando hacer memoria del nombre del chico de pelo plateado que tenía delante de mí. Me sonaba del día en el que tuve que cumplir el castigo con Chistian y Jo, él era el cuarto alumno que nos ayudó en el cenador; pero por más que me estrujaba el cerebro, no me venía ningún nombre a la mente.
-Soy Lucas -me sonrió, echándome un cable-. No nos conocemos, bueno, estoy contigo en la clase de biología y yo estaba cuando te desmayaste en el cenador; que por cierto... ¿cómo estás?
-Esto... bien. Gracias.
-Me alegro -volvió a sonreír. Tenía unos ojos enormes y del mismo color de su pelo, algo un poco inusual, pero el color del mío tampoco es que fuera muy normal-. No te preocupes por esa vieja loca.
-¿Qué? -pregunté, algo despistada, sin saber muy bien a quién se refería.
-La profesora -señaló con el pulgar a su espalda-. Ella es así, con todo el mundo.
-Ah, si bueno... pues parece que la ha tomado conmigo.
-No te preocupes, también conmigo y con el resto, excepto con Spencer, creo que es su ojito derecho.
-Tal para cual -gruñí en una voz tan baja que creía que Lucas no me oiría, pero no fue así. Se echó a reír-. Lo siento si te cae bien, es solo que...
-Tranquila, Spencer es una puta.
-Nunca la habría definido mejor -le sonreí-. Oye, muchas gracias por el consuelo y tal, pero deberíamos irnos, el timbre va a sonar en menos de... -miré el reloj de mi muñeca, para comprobar la hora- de un minuto. No quiero ganarme otro castigo. Un placer... Lucas.
-Lo mismo digo -le escuché decir a lo lejos, puesto que eché a correr pasillo a delante.
Al parecer yo era la definición gráfica de alumna rebelde en aquel instituto. Cuando entré en las clases siguientes, todo el mundo me recibía con cuchicheos y miradas de desaprobación. Era increíble la velocidad a la que se extendían allí las noticias.
Me sentía impotente, porque vale, sí; había llegado tarde a la clase, pero ni siquiera estaba empezada, además, ¿es que allí el resto de alumnos no se habían saltado las normas? Quizás no tantas como yo en el poco tiempo que llevaba allí, pero por el amor de Dios, que nadie es perfecto.
-Definitivamente eres un desastre, pelirrojilla.
-Mira Will, no estoy hoy para bromas, ¿de acuerdo? -le miré con un tono de advertencia en mis ojos.
-De acuerdo, pitbul -levantó las manos en señal de disculpa- solo era una broma.
Acabábamos de terminar nuestra hora de química; Will y yo íbamos juntos a esa clase y al parecer, por como me había estado mirando, llevaba toda la mañana deseando  hacer aquella gracia. El problema es que yo no estaba de humor para aguantar todas sus estupideces.
-Hoy no estoy para bromas.
-Está bien, lo siento.
-No pasa nada -asentí.
Teniendo en cuenta que aquella mañana no había desayunado, a la hora del almuerzo tenía el estómago que parecía un terremoto y Will se dio cuenta de ello, al segundo o tercer rugido. Ya había perdido la cuenta.
-¿Qué te parece si cogemos un par de sándwiches y nos vamos a comer fuera?
-¿Ahora?
-Esto... bueno -se rió, mirándome de arriba a abajo- ¿sí?
Will, el chico guapo del instituto me estaba ofreciendo comer con él, fuera, en el jardín, ¿debía aceptar? Estaba al tanto del royo de ¨chico seductor¨que se traía conmigo, algo que por una parte no me hacía ni pizca de gracia, pero que por otra, hacía que me derritiera como un helado puesto al Sol en pleno verano. Era un auténtico bombón y dejando a un lado su incansable royo ¨mírame, que bueno  estoy¨ era un tipo majo. Estaba segura de que me arrepentiría de decir lo que estaba a punto de decir, porque me convertiría en la comidilla del barrio, por así decirlo, pero ya lo era, a si es que no tenía nada que perder.
-Sí -asentí con una sonrisa- ¿por qué no?
-Bien, pues espérame fuera, voy al comedor y enseguida vuelvo.
Me parecía increíble lo que estaba apunto de hacer, pero un poco de distracción con alguien que no me conocía apenas, estaba segura que no me vendría nada mal.
Mientras esperaba junto a la puerta de entrada, como me había pedido el chico, Cárter pasó ante mí con su porte robusto y serio tan habitual en él y que tan loca me volvía. No había vuelto a mediar palabra con él desde la noche en la que la directora me llamó para ir a su despacho. Estaba realmente dolida por sus palabras, pero no  por él, sino por mí. ¿Cómo podía haber sido tan tonta de fijarme en un tío así? ¡Que era mi profesor!
No me di cuenta de que le estaba mirando fijamente hasta que él reparó en mí también. Sus ojos me perforaron el pecho, como si de una bala se tratase. Estaba a metros de distancia, pero sentí el mismo calor y la misma sensación de hormigueo extraña que la vez que entrenamos juntos en el gimnasio. *Esto no está bien Alex, esto no está nada bien*. Tenía que obligarme a mí misma a apartar la mirada de él, pero era como si su cuerpo ejerciera una presión magnética cobre el mío y...
-¿Lista?
Queriendo o sin querer, di un respingo cuando Will pasó su mano por mi espalda y me obligó a darme la vuelta para salir al exterior, antes de eso, advertí un tono de irritación en la mirada de Cárter, quien se había parado en la recepción y sin saber por qué, sentía que él seguía con sus ojos puestos en mí.
-Sí, claro.
Fuera, a pesar del frío, hacía algo de calor y al Sol, se estaba bien. Me dejé guiar por Will, a través de uno de los muchos caminos que llegaban hasta el castillo. Tomamos el que daba al cenador, por lo que supuse que nuestro picnic improvisado sería allí.
-He cogido un emparedado de huevo y otro de atún. ¿Cual prefieres?
-Uig, huevo -arrugué a nariz con asco, a lo que él se echó a reír.
-Bien, entonces el de atún para ti -me tendió el bocadillo cuando llegamos al cenador-. ¿No eres fan de los huevos?
-¿Y tú sabes que esa frase ha sonado fatal?
Al principio no entendió mi pregunta, pero a continuación se echó a reír. A veces yo podía ser muy mal pensada, como en ese momento.
-Luego decís que los tíos somos unos cerdos.
-Y es que lo sois -me reí, desenvolviendo mi bocadillo. Me moría de hambre.- Pero las chicas también lo somos.
-No sé que me sorprende más, si que seas tan mal pensada o que reconozcas que las chicas sois como los tíos.
-¡Eh! -le señalé con el indice, muy seria.- Yo no he dicho eso.
-Oh sí, sí que lo has dicho -me sonrió, mordiendo su emparedado de huevo.
-No, solo he dicho que... también somos muy mal pensadas.
-Al caso, viene a ser lo mismo.
Decidí dejarle ganar;  me daba en la nariz  que sería un tema del que o yo lo daba por zanjado o él seguiría insistiendo. Podía ser muy cabezona, pero sabía cuando había perdido, aunque en ese caso no lo había hecho, simplemente... le había dejado ganar.
En un abrir y cerrar de ojos, me había terminado mi comida pero aún seguía con hambre y mis tripas me delataron.
-Toma - Will me lanzó una manzana.- Supuse que el bocadillo no te sería de mucho.
-¿A sí? ¿Y qué le hizo pensar eso al señorito?
Agradecida por el gesto, le sonreí y cogí la fruta, la cual, también la devoré en un santiamén. Era una de mis favoritas, por no afirmarlo a pies juntillas. Después de cada comida, no podía faltar la manzana.
-No eres como las demás.
-¿En? -medio me atraganté con el jugo de la fruta. Tuve que toser un par de veces para recuperar el aliento. No sabía a qué había venido aquel comentario-. Y eso... ¿lo has deducido por el ruido de mis tripas?
-No -se rió, algo avergonzado. No creía recordar haberlo visto sonrojado desde que lo conocía y eso que lo había visto casi desnudo si no llega a ser por aquella minúscula toalla-. Por la forma que tienes de actuar, tu forma de ser, como vistes...
-¿Es por mi pelo? -me lo atusé con una carcajada.
-Sí, es por tu pelo -se rió, dándome un pequeño empujón en el brazo. Bueno, pequeño no es una buena forma de definirlo, dado que estuve a punto de caerme  del banco por estar sentada en el borde.
-Supongo que el que me digas que soy distinta a las tías de aquí, es todo un alago, dando que la mayoría son... unas estiradas.
-¿Spencer?
Me quedé muy cortada cuando dijo aquel nombre. Sí, estaba pensando en ella al decir la palabra estirada, más que nada porque era la definición gráfica, pero ¿qué iba a decir? Él era su hermanastro.
Debido a mi silencio, el solo dedujo la respuesta y continuó hablando.
-Tranquila, puedes decir que sí. Nuestra relación no es que sea muy buena, simplemente... nos soportamos porque debemos hacerlo.
-Tiffany me dijo que sois hermanastros.
-Sí bueno... es una forma de definirlo cuando tu padre abandona a tu madre por una tía de la edad de su hijo y tu madre se casa con otro tío que ni siquiera te soporta y tiene una hija que es como el mismo demonio.
Definitivamente, aquel era el día de las sorpresas por parte de Will. Se estaba abriendo a mí y el lado de chico seductor lo había dejado aun lado. Me estaba dando cuenta que detrás de toda esa fachada había un chico que lo estaba pasando verdaderamente mal.
-Vaya... lo siento.
-¿Por qué?
-No sé -me encogí de hombros- debe de ser duro. Yo de tan solo pensar que mis padres se separan... -un escalofrío me recorrió el cuerpo, con una leve sacudida- se me ponen los pelos de punta.
-¿Tienes frío? - preguntó, pasando su brazo por encima de mis hombros para atraerme hacia él.
-No, es solo que...
-Venga, no te hagas la dura -me miró con una sonrisa pícara y diversión en sus ojos, con lo que yo respondí con un suspiro y dejé caer mi cabeza en su hombro.- Supongo que llegas a un punto en el que te acostumbras.
-Supongo que tienes razón -volvía encogerme  de hombros.
El Sol daba directamente en el tejado del cenador, lo que hacía que a pesar de ser una estancia abierta, estuviera caldeada. No hacía frío, pero he de reconocer que entre los brazos de Will se estaba muy bien.
Ambos nos quedamos en silencio, sin saber muy bien que decir tras el rumbo que había tomado nuestra conversación, supuse que no sería un tema nada agradable para él, después de todo.
Como pude, me revolví entre su brazo y lo miré de soslayo. Estaba muy rígido y serio, con la mandíbula apretada, mirando a la nada. No sabía en qué estaría pensando, pero me daba la impresión de que no sería nada agradable, por lo que no pregunté, simplemente me limité a observar.
Los rayos del Sol, que se colaban a trabes de las columnas, bañaba su rostro, dándole un toque angelical a sus facciones. Los ojos le brillaban con intensidad y el pelo le caía alborotado sobre la frente, dándole un aspecto aniñado y dulce.
Si dijera que aquel chico no era guapo, mentiría, porque verdaderamente lo era; con sus pómulos pronunciados y sus ojos claros, pero había algo en él que no me terminaba de convencer. En su favor diré, que otro ocupaba mi mente. Quizás, de haberlo conocido primero, la cosa sería distinta.
-¿Qué pasa? -me aventuré a preguntar. Pero no contestó, ni siquiera se inmutó. Debía de estar tan metido en su propia mente, que ni me habría oído, por lo que probé de nuevo:- ¿en qué piensas?
-En qué es lo que tienes -su voz sonó profunda y sincera, como nunca antes la había oído.
El chico desvió su atención, dejando aun lado todo aquello en lo que estaba pensando, para dejarla caer sobre mi rostro. Ante aquella mirada, me sentí despojada de toda seguridad. Algo incómoda por la situación, me incorporé en mi sitio, sin apartar mis ojos de él.
-A... ¿a qué te refieres?
-A que desde el día en que te vi, Alex, me tienes loco.
Vaya... quizás fueron sus palabras o la situación las que me hicieron quedarme petrificada. La realidad se descompuso de un momento a otro, dejando paso a lo surrealista. Will, el chico del que había oído barbaries, del que me habían dicho que cada día se acostaba con una chica distinta, ¿me estaba diciendo que le tenía loco?
Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar, antes de volver en mí, sus labios ya presionaban los míos con fuerza, esperando una respuesta. Y la tuvieron, tuvieron su respuesta.
Su lengua se abrió paso al interior de mi boca y jugó con la mía. Mis manos acariciaron sus brazos hasta llegar a su pelo, donde se enredaron por voluntad propia, mientras que con cuidado de no hacerle daño, le mordí levemente el labio inferior, con el que soltó un pequeño gemido de aprobación. Sin pensármelo dos veces, alcé mi pierna por encima de las suyas y me senté a horcajadas en su regazo. Deslizó sus manos por mi espalda, con un ligero roce casi imperceptible para un humano, pero sí para un ser como yo. Cuando llegó a mis glúteos, sentí cómo sus manos se abrían, abarcando toda la zona y empujándome contra su pecho, besándome con más ansia.
¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Debía de seguirle el juego? No había vuelto a besar a nadie desde que lo había dejado con Tom hacía unos meses, creo reconocer, que me merecía algo de diversión, ¿no? Pero la sensación de culpabilidad no se marchaba. No me sentía cómoda, pero a la vez no quería parar. Buscaba esa sensación que me transportase lejos, esa sensación tan placentera que solo había sentido una vez, esa sensación de hormigueo... que solo había sentido antes con Cárter.
-Creo que deberíamos parar -jadeé, separándome de él.
-¿De verdad? -me miró suplicante.
-Sí- dije tajante, levantándome de encima de él y colocándome la falda-. De verdad.
-Oye Alex, si te he hecho sentir incómoda, yo...
-No, no -negué repetidas veces con la cabeza, sintiéndome algo culpable por haber parado llegados a tal punto- es solo que... no sé. ¿Aquí? -moví los brazos para señalar el lugar en el que estábamos.- No creo que sea el mejor momento.
-Tienes razón -me sonrió- no es el lugar indicado.
Will ensanchó su sonrisa, tranquilizándome un poco, aunque no del todo. Me sentía estúpida. Había tenido la oportunidad de liarme con uno de los chicos más solicitados de toda la academia y él, entre todas las chicas, me había escogido a mí. ¿Se puede saber en qué estaba pensando? Mi antiguo yo estaría deseando  darme un buen pescozón. Era una estúpida.




1 comentario:

  1. Ala ala ala alaaa que fuerte se ha liado con Wil!!! Esto no me lo esperaba eh? esto tenía que pasar con Carter hombre! q eso de utilizar a la gente esta mal y Alex quiera a otro... está más claro que el agua sino no se sentiría mal.
    bueno sigo leyendo :D

    ResponderEliminar